Tengo a mi madre últimamente en un sinvivir a cuenta de los recortes de sanidad. La mujer, que tiene 80 y algunos años, anda bien para su edad, pero claro, que si los vértigos, la tensión, el ardor de estómago, la artrosis... vamos, que todos los días toma una colección de pastillitas sin las que es incapaz de dar un paso. Alarmada por los anuncios de futuros ajustes en la Seguridad Social y de desabastecimientos en las farmacias, teme que el médico deje de recetarle las medicinas, que le cobren las consultas o, lo que aún le preocupa más, que en las farmacias se queden sin esos analgésicos mágicos que son los únicos que le alivian el dolor de huesos. No falla. Pone la tele o echa un vistazo al periódico y ya me está llamado para ver si se van a mantener los análisis que le hacen cada año o la mamografía que me hacen a mí y, la verdad, no sé qué decirle.

El otro día andaba especialmente alarmada después de ver un reportaje en el que analizaban la situación de la sanidad en Estados Unidos. No sabía la mujer que allí, si no tienes un seguro privado, te mueres de asco, literalmente, y le impactaron algunos ejemplos de personas que no recibían atención necesaria por falta de recursos. Por supuesto la intenté tranquilizar asegurándole que aquí jamás íbamos a llegar a eso, que nuestra sanidad es de las mejores del mundo y que incluso los americanos pretendieron copiar nuestro sistema aunque la cosa no cuajara.

No se ha quedado mi madre muy convencida porque, será mayor, pero no es tonta, así que, viniendo como viene de la posguerra, está obsesionada con acumular la mayor cantidad de fármacos posibles por lo que pueda ocurrir. Así, si antes no sacábamos las recetas del Voltarén porque tenía un tubo sin empezar, ahora lo sacamos todo, e incluso me ha insinuado si no deberíamos intentar hacernos con varias cajas de sus analgésicos antes de que los cambien por unos genéricos que, digan lo que digan, a ella no le hacen el mismo efecto. Además, está guardando cien euros al mes de su paga, y me insta a hacer lo mismo, para pagar en la privada el electro, la citología y todas las pruebas preventivas que hasta ahora nos cubre la Seguridad Social por más que yo le diga que está exagerando y se está obsesionando con algo que no va a ocurrir.

Luego, la verdad es que te echas el periódico a la cara y te planteas si no será ella la que tenga razón y no deberíamos plantearnos contratar un seguro con alguna compañía sanitaria. Pero, claro, dado que este año nos van a bajar el sueldo y además nos suben las retenciones, el IBI y los precios, no sé de dónde sacar el dinero, así que a lo mejor debería volver a fumar e hincharme a hamburguesas grasosas a ver si así, por lo menos, me mato yo solita.