Como la red de redes conecta Catarroja con Auckland y Morella con la Patagonia, las convulsiones, desembarcos, anexiones y batallas que tienen lugar en este nuevo continente recién descubierto —el ciberespacio— nos incumben a todos. Pero en el asunto de Megaupload —la web o portal o como diablos se llame para descargar y guardar contenidos de todo tipo, incluso legales— y de su gordo fumanchú Kim Dotcom, nada es lo que parece, empezando por la detención del pillo, pensada y escenificada para provocar el mismo repudio que nos causaría la insultante, hortera y repentina riqueza de los ya viejos oligarcas rusos. Y es que, parafraseando a Paco Umbral, el FBI hace la ­guerra como si fuera una película (y Hollywood las películas como si fueran una guerra), aunque esa mansión descomunal y ese cadillac de color rosa creo que ya los he visto en Graceland, domicilio de Elvis Presley, que en gloria esté.

Si tan mala es Megaupload, ¿por qué no los detuvieron antes? Si dos terceras partes del beneficio de los negocios ilegítimos se quedan en manos de los servidores (en el sentido digital de la palabra), ¿cómo es que no los detienen también a ellos? Pues porque primero había que colonizar el ciberespacio, establecerse, crear las herramientas y aceptar la ley del Oeste y sólo luego, después de haber atropellado toda clase de razones y derechos, poner orden.

Los piratas han hecho el trabajo sucio: ahora llega Hacienda, para entendernos. En cuanto a los servidores, son como bancos: se pasan el día haciendo guarradas, pero siempre emergen con las manos blancas. Los cibernautas bastante harán con negociar precios asequibles para sus vicios. El gratis total siempre fue — siempre será— un delirio: la consecuencia de chulear al indígena, también llamado músico, guionista o actor, y luego echarle la culpa a la codicia de los ganaderos, digo de las discográficas. Los ciudadanos comunes, los que queden, bastante haremos con mantener la navegación libre por internet, un invento concebido (por si no lo sabían) para seguir jodiendo a la gente aun después de una guerra nuclear.