Si ha sido largo y complejo el proceso para conseguir datos de tierra, aún más lo fue el caso de los datos de altura. El detalle no es menor porque a la hora de ver la evolución del tiempo, la situación de altura suele ser determinante. El 2 de diciembre de 1783, el físico Charles se eleva en globo sobre las Tullerías armado con un barómetro. En agosto de 1804, Biot y Gay-Lussac alcanzan los 4.000 metros de altitud para conocer el perfil vertical de temperatura y la refracción y composición atmosféricas. Desde 1850, se repiten vuelos con frecuencia. Uno de ellos, en 1875, acabo de forma trágica, cuando Crocé-Spinelli y Tissandier murieron a más de 8.000 m de altura. Tal vez por ello se buscó la opción de vuelos no tripulados. Los primeros antecedentes datan de finales del siglo XIX. Si, en 1892, Gustave Hermite lanza el primer globo sonda, en 1894, Lawrence Rotch, director del observatorio de Blue Hill, en Massachusetts, elevó un termógrafo a 430 metros mediante el uso de una cometa. Este tipo de mediciones son realizadas simultáneamente por Teisserenc de Bort, en el observatorio de Trappes. El récord, 9,740 m, lo alcanzó, en 1919, Richard Assmann en Lindenberg, con un tren de ocho cometas y 15 kilómetros de cuerda de piano. Con globos sonda, el mencionado Teisserenc de Bort descubre que a partir de los 10 km de altura la temperatura deja de disminuir, y Wasaburo Ooishi halla indicios del jet stream. El último paso consistió en añadir los avances en las telecomunicaciones, ya en el siglo XX. En 1929, Robert Bureau inicia los radiosondeos con un globo de hidrógeno que emitía por radio las medidas de temperatura presión. Con mejoras, es el sistema que se acabó imponiendo: sujetar una cometa en plena tormenta tenía sus riesgos.