Qué suerte tienen los andaluces. Los barandas de uno y otro signo no dejan de caer por allí y de decir que esa tierra es su ojito derecho. Qué envidia. Deben de estar emocionados de escuchar lo que escuchan. Y encima, durante el mes en el que vamos a entrar, les llegan en tropel. A mediados, el equipo campeón y, antes, los socialistas. Es una manera de darle calorcito a Griñán. Ellos sabrán. Pero, además, es que, junto a Barcelona, Sevilla fue la otra demarcación en la que su lista logró imponerse el 20N. Dos de cincuenta y dos contando Ceuta y Melilla. No está mal. Pudo ser peor. Algún día, Arfonzo no andará ya para sacarles las castañas del fuego a la sombra de la Giralda. Por eso, aunque n0 estuviera a la vuelta de la esquina la posibilidad de perder el feudo histórico por antonomasia, los del puño en la cara y la rosa posiblemente hubiesen quedado en el mismo sitio para reanimarse. Es humano refugiarse en el bastión, aunque tampoco hay que olvidar que desde allí fue desde donde se catapultó Aznar en el 90 para intentar comerle la tostada a un adversario hegemónico. Al pesoe se le nota demasiado que mira con ansia hacia atrás. Pero no a su esencia. Persigue reconquistar lo que fue sin terminar de aceptar lo que es. Una organización anquilosada a la que, de tanto bandazo como ha pegado, le cuesta precisar dónde está realmente, al tiempo que no cesa de despoblarse. Y tiene una razón de ser. Aquel partido, que era un rodillo, ya no es un instrumento con capacidad para transformar nada de lo que a la gente la tiene sin respirar. Ensimismado en trifulcas estériles, en sandeces orgánicas y olvidándose por completo de que fuera —y ya dentro— hace mucho frío, los herederos de Pablo Iglesias afrontan una tarea descomunal para no terminar de cargarse el legado recibido. Claro que me han pillado en un día optimista.