El ser humano es antropológicamente adicto a la narración y nada nos conforta más que el murmullo del infortunio ajeno, sea real o ficticio. Unos aman a Tolstoi y otros a Jorge Javier Vázquez, pero todos compartimos esa pasión hipnótica por el relato. La mayoría se surte de las revistas y los programas del corazón, aunque otros preferimos enterarnos a través de los libros, que siempre es un nivel. En los tiempos de la maléfica internet, algunos conservamos la anacrónica ilusión de que el papel impreso, por el hecho de serlo, sigue siendo otra cosa, aun sabiendo que realmente no es así, que la mierda florece en todas partes y no hay medio ni género que se le resista.

El libro de Pilar Eyre sobre la Reina de España y las intimidades de su augusto esposo no es ninguna mierda, aunque la autora se permite tantas licencias literarias que al final podemos acabar tomando por cierto lo que nunca lo fue, y al revés. En asuntos borbónicos, el experto mayor del reino era Juan Balansó, tan culto y tan monárquico y manantial imprescindible para todos los que han venido después. José María Zavala le ha sucedido en el trono de los saberes regios, con libros muy documentados sobre los bastardos reales, el delirante príncipe sordomudo don Jaime, padre del duque de Cádiz, o sobre el desdichado infante hemofílico Alfonso, el primogénifo del rey Alfonso XIII, que murió en un accidente automovilístico en Miami, en brazos de una cabaretera. La crónica contemporánea de los Borbón es esa apasionante telenovela que nunca emitirá TVE1 en su horario de sobremesa. Una lástima, porque el impacto narrativo de la historia, no exenta de ramalazos castizos, sexo y peleas dinásticas, podría fabricar más simpatizantes monárquicos que el oportuno 23F.

Si Zavala nos inunda con datos y citas textuales, cargándose en ocasiones el ritmo del relato, Pilar Eyre es la clase de periodista que nunca consentiría que la realidad le arruinara una buena noticia, como debe ser. De sus libros anteriores sobre los Borbón me quedo con su estupenda biografía sobre la reina Victoria Eugenia. En el otro extremo, donde la Eyre pierde la chaveta histórica pero gana en desmadre novelero, está su obra sobre Eugenia de Montijo. Aquí, la autora parece haber sido abducida por el Terenci Moix de Chulas y famosas y Garras de astracán. La Eyre está muy por encima de sus colegas de tertulia rosa pero tampoco aspira a ser Paul Preston ni Stanley Payne, y lo suyo se lee bien y de corrido. Su último libro, La soledad de la Reina, dedica dos terceras partes a narrar la azarosa vida de doña Sofía, desde sus orígenes germánicos, como bisnieta del emperador Guillermo II, a su miserable exilio africano con su madre, la tremenda reina Federica.

Los últimos capítulos del libro detallan las actividades extraconyugales del Rey. Sobre estas peripecias tan borbónicas pero tan escasamente relevantes más allá de la privacidad de la real pareja, nada nuevo se cuenta que no hubiera sido publicado ya en otros papeles. Pero la Eyre explota emocionalmente los supuestos deslices conyugales como si le estuvieran estallando a ella misma, en su propia cornamenta, o a ti, sufrida lectora, y convierte a la Reina en la gran heroína de la historia. Supongo que el libro se venderá especialmente por el morbo de estas páginas, pero lo mejor de la obra es la parte que va desde los orígenes y el aparatoso contexto familiar de los padres de doña Sofía (el rey Pablo era primo hermano de la madre de la reina Federica) hasta la muerte de Franco, que es cuando según Pilar Eyre se desatan las feromonas regias y comienza la fiesta. Doña Carmen Polo jamás lo hubiera consentido.

Despues de leer las obras de Balansó, de Zavala y, en otro orden, de Pilar Eyre, queda clarísimo que las repúblicas son aburridísimas y que no hay dinastía más marchosa que la nuestra. No entiendo por qué la autora ha declarado que «cuánto más conozco a los borbones más quiero a mi perro». No sé de qué raza será tu chucho, querida, pero agradecida deberías de estarles. De momento te han dado material para media docena de títulos muy atractivos. Y encima todo son facilidades: puedes atribuir al Monarca las veleidades bárbaras que quieras, sabiendo de antemano que Zarzuela nunca te va a demandar, como probablemente haría el vulgar presidente de una república. La reina Victoria Eugenia, la condesa de Barcelona y la reina Sofía han pasado de momento por los fogones de Pilar Eyre. Que se vaya preparando en remojo Letizia Ortiz.