Newt Gingrich, candidato a presidente de EE UU, ha prometido una base lunar para 13.000 estadounidenses si gana las elecciones. Esto es una gran afrenta para la Comunitat Valenciana, pues de todos es sabido que la luna es «de Valencia» por tradición desde tiempos inmemoriales, y no de ningún otro país. Si nuestro presidente fuera Camps ya estaríamos firmando los contratos para construir las naves espaciales y colonizar el satélite con nuestros miles de parados. Pero resulta que Paco no puede volver al cargo, pese a las promesas de Rajoy. Resulta que tampoco «nuestro» diputado alicantino Trillo puede ser embajador en Estados Unidos, pese a idéntica promesa rajoniana y a ser el único que podría evitar la declaración del estado de guerra entre ambas potencias.

Por otra parte, González Pons sigue sin ser recompensado por sus espectaculares resultados electorales, sin ninguna explicación ni justificación. Esta es la mayor conjura antivalenciana que se ha tramado desde Madrid en años, y lo más curioso es que las víctimas ni protestan, a excepción de la alusión guineana de Alfonso Rus.

En cualquier otro lugar aparecería un providencial Palleter que pondría las cosas en su sitio, pero el detalle es que ese Palleter debería emerger del propio Partido Popular y allí parecen todos petrificados. Ya ocurrió lo mismo con el PSOE valenciano que garantizaba las victorias españolas socialistas y era sistemáticamente marginado del tejemaneje público estatal.

¿Cuál será la faja que ese Palleter enarbolará subido a su silla? Evidentemente el regionalismo, que es como un abrigo de pieles guardado en lo más hondo del armario preparado para sacarlo los días del frío. Que se olviden los valencianistas que ahora sufren la travesía del desierto. La marca la recuperará uno de los que ahora acatan los efluvios de Madrid, como es tradicional.

Lo mismo que nos hacen en Valencia le hicieron a Alvárez Cascos en Asturias, y en un momento se sacó de la manga el Foro Asturias que, como define su web, es «un movimiento de ciudadanos libres y críticos que se rebela contra la condición de súbditos en la que nos han estabulado a los asturianos los omnipotentes aparatos de los partidos». Dando un golpe de timón desde dentro del mismo Partido Popular este dirigente creó un asturianismo inédito que ahora gobierna, con problemas y tensiones, pero gobierna, dentro del Principado de Asturias. Y fomenta la lengua asturiana, que antaño era conocida como despectivo dialecto, el bable.

En el Reino de Valencia deberíamos preparar nuestro Foro Valencia o comoquiera que se denominara porque coleccionamos más afrentas que ninguna otra autonomía española. Pero necesitamos que alguien con valor se atreva. Recordamos a todos esos dirigentes ninguneados otra frase asturianista aplicable a la situación: «Cuando aceptamos ser tratados por nuestros representantes como súbditos, y no como ciudadanos, la responsabilidad de tal injusticia somos nosotros mismos por tolerar vejación». ¿Será posible que en Valencia nadie tenga lo que hay que tener para plantar cara?