Durante el invierno, las bajas temperaturas y la contaminación lumínica de los ámbitos urbanos reducen el tiempo que observamos el cielo nocturno. Tanto es así que, a menudo, olvidamos que los movimientos de rotación y traslación de nuestro planeta condicionan el lugar exacto de la bóveda celeste donde contemplamos las constelaciones. Uno de los ejemplos claros es la Osa Mayor, una de las más conocidas y fácilmente localizable. A lo largo del verano podemos verla, al anochecer, con la punta del denominado carro hacia abajo, sin embargo, durante estas fechas y al principio de la noche la encontraremos completamente del revés y durante la madrugada, irá cambiando. Por la mañana presenta la misma disposición que en la época estival, pero no podemos verla porque a esas horas es ya de día. La órbita de la Tierra nos permite observar zonas del universo distintas, según las horas, mientras que a lo largo del año accedemos a constelaciones diferentes. «Cada mes, las constelaciones salen dos horas más pronto, con lo que el firmamento se desplaza 30 grados por el efecto de la traslación», explica Enric Marco, del Departament d´Astronomia i Astrofísica de la Universitat de València. La Osa Mayor, como destaca Marco, es una constelación circumpolar, de las que no se pone nunca desde nuestras latitudes y verla boca abajo en estos meses nos permite comprobar que la Tierra gira alrededor del Sol.

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