Los almacenes de los grandes museos suelen dar muchas sorpresas y también los estudios sobre atribuciones, una materia en la que Bernard Berenson fue un as, a comienzos del siglo XX. Ayudó a valorar figuras y deslindar obra de artistas, sobre todo italianos y lanzar a los primitivos. El estudio de Ribera por Jonathan Brown, de Ribalta y sus discípulos, de Massip y su hijo Joan de Joanes, ha deparado muchos avances internacionales y en Valencia.

Recientemente hubo diversas noticias sobre cuadros de Velázquez joven, y algun que otro Goya (y uno en litigio, precisamente en el Museo del Prado). En ese contexto de estudios y avances, con uso de la documentación y técnicas, como rayos, nada novedosos, pero cada vez más afinados, de los pigmentos, o la tela, o el soporte de leño, la tabla, pueden llevar a conocer si es una copia, un original, si hubo otro debajo, lo que suele suceder en Goya, o si es de una época u otra.

Todo ello ha permitido lanzar las campanas al vuelo con el redescubrimiento de una copia de La Gioconda de Leonardo da Vinci, atribuida a uno de sus dos discípulos, Melzi o Salaï, o incluso, según he leído no sin sorpresa, a uno Fernando Llanos y Yañez de la Almedina, autores del retablo del altar mayor de la Seo de Valencia. Esta última hipótesis refuerza el gran valor de estos dos artistas y nos invita a ver sus obras en el San Pío V, así como la catedral.

Pero hay documentos que apuntan a Salaï, porque es éste el que vende a la muerte de Leonardo los cuadros que el pintor llevó de regreso a Italia, tras su estancia en Francia, y porque recibe de Francisco I una suma exorbitante, similar a la que recibió el pintor por tres años de trabajo en el castillo de Cloux, donde residía. Si Melzi fue el ejecutor testamentario, Salaï, discípulo, y tal vez amante, tenía los originales y los vende. Y cuando el cardenal Lluís d´Aragó visita el castillo, su secretario anota que había dos retratos, uno de una dama, hecho por encargo de Juliano de Médicis. Es el primer comentario que existe. Cuando Salaï hace testamento posteriormente, nombra unos cuantos cuadros que obran todavía en su poder. Y ahí cabe especular y situar esa copia de La Gioconda (no dijo qué cuadros había vendido al rey de Francia, pero sí los que tenía en casa).

A posteriori, dos tratadistas italianos que no la han visto la ponderan poniéndola por encima de los retratos de Tiziano y ya la llaman así. Aunque lo de Mona Lisa parte de alguna confusión, porque la esposa de Giocondo se llamaba Elizabetha Gualanda. El título se lo dio Vasari en su Vida de artistas. Todo según Cécile Scaillérez, experta del Louvre, en un estudio de 2003.

Claro que Salaï estaba al lado de Leonardo mientras pintaba esos cuatro años en Francia el retrato (no hay dibujos preparatorios, una rareza en el pintor). Pudo pintar tranquilamente la copia, con los consejos del maestro y coronarla la mismo tiempo o un poco después.