El problema es más de índole sociológica y política que estrictamente lingüística por lo que me atrevo, una vez más, a realizar una breve reflexión sobre un tema lingüístico que posiblemente nunca alcance un consenso total entre la población valenciana y sus portavoces públicos de los diversos ámbitos políticos, culturales y académicos, como es el de la denominación de la lengua propia de los valencianos.

La polémica ha surgido recientemente en algunos medios de comunicación con motivo de la publicación de un folleto en inglés por parte del Servicio de Política Lingüística de la UV, Get on the languages tandem, que pretende fomentar el plurilingüismo y mejorar las habilidades con el lenguaje tanto de los estudiantes de programas de intercambio internacional como de los estudiantes locales; para ello, se propone la creación de grupos en los que los estudiantes extranjeros hablen en su propia lengua y los estudiantes locales lo hagan en castellano (español), y si así lo prefieren ambas partes también en catalán, que es estatutaria y académicamente la lengua propia de la Universitat de València. Como era de esperar, la mención del catalán y no del valenciano, ha sido el detonante, una vez más, de la polémica. No deja de ser sorprendente que todavía se siga confundiendo el ámbito político con el ámbito académico por lo que se refiere a la denominación de la lengua valenciana o catalana, porque si bien es cierto que el Estatuto de Autonomía de la Comunidad Valenciana establece el «valenciano» como la lengua propia de este Antic Regne de València, no es menos cierto que en todos los ámbitos universitarios occidentales competentes en lenguas románicas, derivadas del latín, se denomina catalán a la lengua propia que se habla en Cataluña, en las Islas Baleares y, como no puede ser de otro modo, en esta Comunidad, País o Antic Regne de València.

El Estatuto de Autonomía recoge un sentimiento popular profundamente arraigado entre la población que tiene, a mucho orgullo, como es mi personal y modesto caso, el valenciano como lengua materna, aprendida pues de nuestras madres y padres en ámbitos locales concretos —en mi caso en el Cabanyal—, con sus propias variantes de acentos y modismos. Una lengua que por razones históricas bien concretas y conocidas continúa estando plagada de castellanismos en el lenguaje coloquial, ante el pobre conocimiento gramatical de la lengua materna de buena parte de las personas de mi generación y posteriores que solo estudiamos tanto en la escuela como en la universidad en castellano o español.

Este estado de cosas está comenzando a cambiar desde que el valenciano es, junto con el castellano, lengua curricular en la enseñanza pública, como también lo va a ser pronto, así lo espero, el inglés. Y cuando las nuevas generaciones que hayan estudiado valenciano en las escuelas lean, por ejemplo, un periódico o una novela en catalán, reconocerán de inmediato que se trata de la misma lengua valenciana que estudiaron en su formación escolar. Por eso, y mientras se produce el recambio generacional, las universidades públicas valencianas, en las que cada vez impartimos más clases en valenciano, y también en inglés, tienen la obligación y responsabilidad académica de recordar que el catalán, al que denominamos valenciano en estos lares —y que es de esperar y desear que se siga denominando así durante mucho más tiempo—, es la lengua propia de cada universidad pública y, por tanto, también de nuestro Estudi General.