Qué importa que las pistas del aeropuerto de Castelló estén mal hechas si han sido concebidas para que las personas paseen o merienden y no para que los aviones aterricen? A veces nos pierde el afán perfeccionista. Ya sabemos que un aeropuerto de juguete es un aeropuerto de juguete y que de ningún modo puede ofrecer las prestaciones de uno de verdad. ¿Por qué entonces invertir dinero en levantar las pistas defectuosas y volverlas a hacer? Esa obsesión por el detalle nos trae a la memoria un momento de Toma el dinero y corre, aquella película de Woody Allen en la que unos presos que planean fugarse de la cárcel disfrazados de guardianes se ponen también, para que todo sea perfecto, los calzoncillos y las camisetas de los funcionarios.

No es preciso llegar a esos extremos de refinamiento ni para huir de la cárcel ni para construir aeropuertos de ficción. La ventaja de los aviones imaginarios es que aterrizan en cualquier sitio, por favor, suficiente disparate ha sido la contratación de halconeros que vigilan en horario continuo el espacio aéreo de la zona para controlar a las rapaces. La única rapaz verdaderamente peligrosa, y de la que nos deberíamos haber cuidado antes, se llama Carlos Fabra, que se encuentra ya en franca decadencia, buscando avales para evitar la cárcel.

Otra cosa es que nos preguntemos por qué un aeropuerto de juguete nos ha salido por el precio de uno de verdad. O por qué la estatua gigante del falso prócer que figura a la entrada de las instalaciones es de bronce y no de cartón piedra, como las figuras de las fallas, que el 19 de marzo se queman y a otra cosa mariposa. A ver dónde metes esa cabeza gigante cuando la gente de Castelló se canse de hacer picnic en las pistas mal diseñadas del aeropuerto más famoso de España. Este país siempre ha sido inflacionario desde el punto de vista de las estatuas. Todavía no sabemos qué hacer con las de Franco, que además son ecuestres. Esto nos pasa por confundir la ficción con la realidad. Claro, que si le preguntaras a Fabra diría que no son las pistas las que están mal, sino los aviones. Si de él dependiera, rectificaría toda la flota mundial, lo que costaría un dinero. ¡Menuda lotería!