La Audiencia de Mallorca no se casa con nadie. Su sentencia propina tantos varapalos a la Fiscalía como a los acusados. De paso, condena a Jaume Matas a un año de cárcel por cada año de presidente del Govern. Seis años y un día frente a siete, para ser exactos. Media docena de delitos pavimentan la promoción del exministro, de Molt Honorable a delincuente. En Mallorca, la corrupción consistía en ser humillados primero por los políticos y después por los jueces. ¿Qué ha cambiado? Por ejemplo, que la sentencia del Tribunal Superior sobre el túnel de Sóller no mencionaba en una sola ocasión que Gabriel Cañellas era presidente del Govern, cuando se pagaron los sobornos prescritos. En cambio, la Audiencia le recuerda a Matas que «quien ostenta la máxima autoridad administrativa en la comunidad autónoma, ostenta a su vez el máximo plus de reprochabilidad cuando se hace un uso torticero de alguna de sus estructuras». Y se niega en consecuencia a rebajar las penas.

El tribunal ha mostrado el coraje de condenar a los poderosos corruptos, al tiempo que exonera a los escalones intermedios. Otra revolución. Matas no tuvo la decencia de proteger a sus subordinados Al contrario, descargó su inhibición sobre ellos. La Audiencia ha dinamitado su estrategia de defensa en las decenas de causas del Palma Arena. Deshágase. «Sin la ideación del concurso por parte del señor Matas, no hubiera podido alcanzarse...». Le han recordado por vía penal que era el capitán del barco que hundió.

La sentencia que liquida la arrogancia de Matas será leída con sumo detenimiento por Iñaki Urdangarín. Gracias a su máster en Esade, sólo invertirá un mes en deglutir los 172 folios, saltándose algunos. A continuación, se alarmará. Su castillo de excusas amnésicas también ha saltado por los aires, quién se acuerda de los tiempos de gloria en que contemplaba la Semana Santa palmesana desde el balcón de uno de los hoy condenados. Diego Torres será otro lector apasionado de la obra completa de la Audiencia. El fallo le aproxima al calor de la Fiscalía.

Matas en su cortijo. Encuentre una sola persona que sostenga que «es imposible que el "expresident" haya cometido estos delitos». O a un convencido de que Joan Martorell diseñó la trama discursiva. La sorpresa no radica en un comportamiento del que Matas sigue alardeando en tribunas y tribunales, sino en que ahora se castigue la corrupción. El exministro rechaza la posibilidad de un error. Ni un matiz. Siempre gobernó así, le prometieron invulnerabilidad. Ni se molesta en maquinar un relato alternativo. Genio y figura criminal. La sentencia lo liga a Luis Roldán. Sólo le queda el estéril gambito de rey de Mario Conde o Javier de la Rosa.

El condenado más piropeado de la historia es Antonio Alemany, o como se diga en latín. El «insigne periodista» recorre la sentencia de zalema en zalema, hasta coronar casi cuatro años de cárcel. Suerte que el rosario de virtudes le ha granjeado un recorte penal, según confiesa la Audiencia. El mayor golpe no lo encaja en su honra. Tampoco en un bolsillo cuyo fondo se siente incapaz de sondear la sentencia. La primera víctima de la condena es su vanidad. Medio siglo de carrera periodística condensado en la condición de apéndice del mediocre Matas.

Un escalofrío recorre los espinazos del centenar de políticos imputados en Balears. Las listas de espera sanitarias se quedarán cortas por comparación con la cola de postulantes ante la Fiscalía Anticorrupción. Quién sabe si el propio Matas engrosará las filas de arrepentidos. Los pactos autoinculpatorios se han convertido en el equivalente mallorquín de las comisiones de la verdad. Se sabrá qué ocurrió, aunque nadie devuelva el dinero.

La responsabilidad política sustitutoria corresponde al PP en pleno. Tanto Aznar como Rajoy modelaron su gestión en los Governs de Matas, el segundo ministro más condenado de la historia. Extirpado el cuerpo anómalo, los partidos involucrados acaban tratando la corrupción como algo ajeno. Bauzá compensó la valentía acusatoria con la beatería seráfica al concederle la condena que solicitaba. Pedir perdón es más rentable que escribirle malos discursos a Matas. Máxime cuando los teóricos de la conspiración tendrán dificultades para cargar contra un tribunal anónimo pero galdosiano, cuando desmenuza el estado de ánimo de procesados y testigos.

Todo lo cual queda a expensas de la imprevisible sala Garzón del Supremo. La justicia debe prevalecer, sea lo que sea. Ahora bien, tendría gracia que los magistrados que advertían una prevaricación en cada parpadeo de su compañero de la Audiencia Nacional, se pongan estupendos al valorar idéntico delito en un jerarca conversador. La sentencia se somete expresamente a la enmienda de la instancia superior y ofrece idéntico juego para la mengua o la ampliación de las penas. Sin embargo, la sociedad mallorquina ha sellado su pronunciamiento masivo contra la corrupción del PP. Una nueva seña de identidad.