El candidato republicano Rick Santorum es católico, cercano al Opus Dei y contrario a la tradicional doctrina americana de separación de la Iglesia y el Estado. Tiene sus partidarios, especialmente en el Tea Party, pero la mayoría de los ciudadanos de ese país está a favor de uno de sus principios fundacionales: la jerarquía religiosa no debe inmiscuirse en las decisiones políticas y al revés. Los llamados padres fundadores hicieron mucho hincapié en la separación Iglesia-Estado porque querían distanciarse de Europa, sumida en contiendas de religión. La separación Iglesia-Estado forma parte del cogollo de la democracia en la que son los órganos de decisión política los que legislan para el común de sus ciudadanos. Las religiones, progresivamente, se mantienen en la esfera privada de sus fieles.

La ideología de Santorum nos suena muy conocida a los españoles maduros, a los que vivimos en el franquismo donde Iglesia y Estado eran una y la misma cosa. El bando vencedor en la guerra civil, a la que calificó de cruzada religiosa, instauró una simbiosis político religiosa a la que parece tender el político americano. Pero la situación en el franquismo era muy dura, especialmente para los que no practicaban la religión católica. Por ejemplo, los párrocos compartían con la Guardia Civil el derecho a dar certificados de conducta necesarios para conseguir un empleo público. A los profesores de universidad se nos obligaba a hacer el juramento antimodernista que León XIII instauró contra la democracia y sus «perversos corolarios». El Ministerio de Educación estaba bajo el control de la jerarquía eclesiástica que fabricaba la ideología que se transmitía a través del sistema educativo.

El franquismo duró mucho tiempo y ha dejado su impronta en la derecha española e incluso en la izquierda que se ha negado a derogar la exención de impuestos a la Iglesia, a la que se le entrega más de diez mil millones de euros al año e incluso mantiene bajo su dominio esa huella de la contienda civil que es el Valle de los Caídos. La jerarquía eclesiástica pretende aún imponer su ideología al Estado y vocifera más cuanto menor es su influencia real en la sociedad. Los españoles reducen su práctica religiosa, aumentan los matrimonios civiles y, desde luego, disminuye el número de sacerdotes, cuya edad media es superior a los sesenta años.

De hecho, la problemática Iglesia-Estado es un remanente de la vida política de siglos anteriores y las encuestas prueban que los ciudadanos conservadores lo son más por convicción personal que por influencia eclesiástica. Hay un tema básico que todavía no ha resuelto la moral católica. Evadir impuestos o falsear la declaración no es pecado. Mientras la obligación fiscal, que es la mejor expresión del patriotismo, no sea tomada en serio por la Iglesia, será ésta a la que la gente responsable siga sin tomar en serio.