Ayer era la Fiesta del Trabajo o el Día del Trabajo, según. Las reivindicaciones corrieron a la par que las manifestaciones, como parte de la respuesta a las nuevas leyes laborales, y a los recortes en salarios y puestos, pero sobre todo, a la pavorosa cifra de más de 5,6 millones de parados en España, con tasa de paro más alta de Europa. Un milagro que hemos conseguido con ayuda de la Unión Europea y sus directrices para atajar el déficit. Por el camino de disminuir el gasto, la bajada de inversión ha llevado al cierre de empresas y a los despidos.

En el fondo, se ha roto el pacto que sustentaba la sociedad, implícito y primigenio, como creía Rousseau, o explícito, como consta en la Constitución Española, que no parece valer el papel en que está escrito hoy. Menos desde luego que la deuda española, a la baja en los mercados (o a un interés más alto para conseguir capital). Para esos cinco millones y medio de trabajadores en paro no hay solución a la corta y no sabemos si a la larga, cuántos años pasarán para recuperarse estos puestos, y los salarios pertinentes tal vez tardarán más aún.

El camino que ha recorrido la sociedad, desde la crisis bancaria en EE UU hasta el desplome del empleo en España ha sido de cuatro años de desastre sin solución a la vista. Y lo peor es que se considere culpables a quienes lo sufren, o que se demonice a los trabajadores en general, y se les haga pagar más por todo, impuestos de un lado, congelación de salarios, o su rebaja sucesiva, y que a eso se llame modernización y que se achaque a la globalización. Esta gran ofensiva del capitalismo nos lleva a la peor situación que hemos conocido y a un verdadero abismo. El salario se ha amargado y es ya el salario del miedo.

Sin trabajo y sin salario digno no es posible la vida de la persona, ni la de muchas familias (1,6 millones tienen todos sus miembros en el paro). Tampoco la sociedad es sostenible y mucho menos la sociedad del bienestar, o de las ayudas sociales a los más desfavorecidos. Peligran servicios básicos como la educación pública o la sanidad universal y gratuita, con tantos recortes y se suprimen más partidas del gasto social. La quiebra por lo tanto de la sociedad crea más injusticia, más carencias, más sufrimiento.

Y la respuesta tendrá muchas formas. Por ello se refuerzan a toda prisa las leyes represivas, ante la que temen puede ser una ola de protestas si las masas exigen lo que les están arrebatando, que son derechos adquiridos y que responden a sus necesidades elementales.