La rebelión de las bandas de música suena como a un epitafio dedicado al Consell. Solo faltaba que se levantara en armas el Corpus, con el lío de los trajes, para que cundiera el estertor comatoso. Ya tenemos L´Entrà de la Murta y Lo cant del valencià, por una parte, y la legendaria Moma, por otra, enfadados/as y reivindicando lo suyo, que es al fin y al cabo lo de toda la vida. Son los símbolos más fosforescentes de una amplia lista, bien de protestas, bien de quiebras, en la que no falta el inevitable Valencia CF. Cuando se rebelan los signos identitarios, que en general son inmutables, hay que certificar la agonía de la autoridad competente. Puede haber una revolución y dividirse la sociedad en dos tajos, pueden haber hambrunas y pestes bubónicas, matanzas civiles y un caos sobrenatural, y los símbolos permanecer como si tal cosa. A lo largo de la historia se ha visto su enorme lucha de contra la caducidad. Si hoy están en llamas, debe cundir la alarma. Serafín Castellano, en su habilidad, ha visto venir el apocalipsis y ha tratado de levantar un muro de contención para detener lo inevitable. La creación de una comisión identitaria incrustada en el PP –con las barbas de Esteve y Giner y la amplia sonrisa de Llin– llega tarde, sin embargo. Los símbolos ya los corren a gorrazos. De hecho, en este momento solo adornan al poder constituido las fallas y la Semana Santa. El Valencia CF, por ejemplo, entró en la UVI financiera cuando estalló la burbuja inmobiliaria –un estadio a medias y un club sin un euro– y ahora la riada se lleva también a la Fundación. En ese altar se habían refugiado los hombres ilustres para guardar las esencias de Mestalla ante el vendaval exterior. Bancaja les dejó 75 millones. No pueden pagar ni los intereses. Otro emblema a la basura.

Los mitos de Valencia o están en suspensión de pagos o echan chispas. De hecho, sólo acaramelan al poder constituido las Fallas y la Semana Santa. Y así, así. Los demás dejan un vaho que presagia una lenta finitud del Consell. El desasosiego de los «vicentinos» –lo de menos aquí son las cuestiones de las sublevación–, autentifica el inminente desenlace fatal.

Tener las identidades quebradas es como despedir a los brujos de la tribu. Una sociedad no puede permitirse ese grado de desmitificación. Y el Consell, menos, por la cuenta que le trae. La comisión para «defender lo nostre» de Castellano ha de cuidar los referentes, para que no se desmoronen (más). Si los símbolos perpetuos protestan y gimen, incumpliendo su papel de símbolos –en su absoluta perennidad– , quiere decir que se han encendido todas las alarmas. Que el Consell se ponga el casco.