Que 20 años no es nada ya lo decía Gardel, y tras la celebración de tres cumbres mundiales de la Tierra (Río´92, Johannesburgo´02, Río´12) y 17 cumbres mundiales del clima, los problemas medioambientales y sociales que se intentaban solucionar dos décadas atrás, no han disminuido sino que, por el contrario, se han acrecentado. El eslogan de la cumbre clausurada ayer —«El desarrollo sostenible»— es repetido como un mantra por los líderes políticos que han acuddido al evento y parecen desconocer la esencia real de su significado.

Una economía global sostenible es aquella en la que no se gasta más recursos de los que la propia naturaleza es capaz de generar. Llevamos muchas décadas gastando más de lo que la naturaleza nos ingresa generosamente, con un déficit presupuestario ecológico actual del 150% e in crescendo. Otra de las bases de una economía sostenible es que la riqueza se distribuye de una forma más homogénea, ya que no es posible estar en equilibrio con el ecosistema si la especie más importante e influyente del mismo no esta en equilibrio consigo misma. Tan solo el 10% de la población posee el 85% de la riqueza mundial e in crescendo.

¿Cuándo realmente conseguiremos una economía global sostenible? Pues todo parece indicar que si los hombres no somos capaces de arreglar estas dos circunstancias, la antigua diosa griega Gea, impondrá sus propias medidas de ajuste presupuestario, dejando a las medidas de la actual diosa troika como simples anécdotas de la infancia.

A veces las soluciones no son tan complicadas como parecen: por ejemplo, los 100 cicloturistas que ha acudido a Teruel este fin de semana. Por un lado tenemos la Vía Verde de Ojos Negros, 150 kilómetros de pura naturaleza que atraviesa unas de las zonas más despobladas y económicamente deprimidas de España, con una demanda potencial, tanto nacional como internacional, de cicloturistas. Mientras tanto, Renfe les niega el acceso a esos cicloturistas a un tren regional Valencia-Teruel-Zaragoza semivacío, pendiendo además de un hilo su continuidad, argumentando el déficit comercial que esta línea provoca a las arcas del Estado.

¿Nadie es capaz de ver que sin ningún tipo de inversión, solamente habilitando vagones para bicicletas en dichos trenes, se potenciaría un turismo sostenible vital para la zona, y que encima, los ingresos que Renfe obtuviese por la venta de billetes contribuirían a la viabilidad económica de esta línea?

El futuro que nos aguarda es incierto, pero a veces los problemas complejos tienen soluciones sencillas y nadie podrá negar que las políticas que favorezcan un mayor aumento del uso de la bicicleta y el tren en todas sus variedades, van encaminadas a la llamada economía sostenible.