A una niña rica le deja el Ratoncito Pérez cinco euros por un diente de leche. La niña rica se lo cuenta a su amiguita pobre, que enseguida calcula el valor de la boca entera: ciento cuarenta euros sin contar las muelas del juicio, en vías de extinción. Los niños pobres se pasan la vida haciendo cálculos aritméticos, aunque no sepan sumar ni dividir. Uno puede ser analfabeto, pero sabe lo que cuestan un riñón o un hígado, por eso están a la venta en internet. Si a un niño pobre le cuentas que por un diente de leche ingresas cinco euros, enseguida te hace la cuenta de lo que podrías obtener por un pie. ¿Cuánta gente se dejaría amputar un pie por, pongamos, dos mil euros? Mucha. Si estuviera permitido el desguace de uno mismo, en dos meses nos quedaríamos en nada.

—Se ha muerto el tío Aniceto.

—¿Y lo vais a enterrar o a cremar?

—Ni una cosa ni otra, porque se fue vendiendo por partes antes de morir y no ha quedado nada de él.

—Mejor, porque han subido el IVA de los servicios funerarios.

La lógica es la lógica y la lógica dice que si un ratoncito (imbécil o no, que ese es otro asunto) está dispuesto a pagar cinco euros por un colmillo, soltaría cien por un hígado. Llevada esta lógica al Parlamento, podríamos decir que si los diputados del PP ovacionan a Rajoy cuando quita la paga extra de Navidad a los funcionarios, lo sacarán a hombros cuando les quite también la del verano. O cuando ordene fusilarlos.

Los políticos aplauden cosas muy raras. Si en el teatro se aplaudiera con el criterio con el que se aplaude en el Parlamento, triunfarían lo peor de cada autor. Para saber si una obra es buena o mala antes de su estreno, podríamos pasarla por el congreso de los diputados. Si la aplauden mucho, mal asunto. El Parlamento saca lo peor de las personas. El otro día, Andrea Fabra, hija del ínclito Carlos Fabra, gritó un «que se jodan» estremecedor cuando Rajoy anunciaba el recorte de la prestación a los parados. Luego dijo que quienes se tenían que joder eran los sociatas, lo que significa que en el Parlamento, además de todo lo anterior, se puede mentir. A más mentiras, más reconocimiento. Lo que no recuerdo es qué tenía que ver todo esto con el Ratoncito Pérez.