Menos expertos en cuadrar los números que en disfrazarlos bajo alambicadas metáforas, los gobiernos han desarrollado en España una notable habilidad verbal para no llamar al pan, pan; ni a la crisis, crisis. Lo que se nos viene encima desde hace cinco años era no más que una mera «desaceleración», un transitorio «crecimiento negativo» o, a lo sumo, una cierta «debilidad de la demanda» que pronto se superaría con la aparición de «brotes verdes» o «rayos de esperanza». Habrá que ver qué ingenioso nombre le dan a la bancarrota, ahora que €Dios y Merkel no lo quieran€- andamos en vísperas de un Apocalipsis financiero. Al igual que suelen hacer los niños para conjurar sus pesadillas, los gobiernos españoles se negaron porfiadamente a admitir la realidad, quizá con la esperanza de que el monstruo de la crisis se desvaneciese sin más que ignorarlo. Cuando se despertaron, el dinosaurio todavía estaba ahí, como en el cuento célebremente breve de Augusto Monterroso.

De nada parecen haber valido las sutilezas del idioma político o politiqués: una jerga inextricable que permite a sus hablantes emboscar cualquier problema bajo una tupida fronda de vocablos y expresiones casi esotéricas. Basta mezclar unas gotas de «desarrollo sostenible» con un toque de «transversalidad» y «multilateralidad», debidamente sazonado todo ello con algunas pizcas de «crecimiento negativo» y «reajustes al alza». Nadie sabrá de qué le están hablando, desde luego; pero de eso se trata precisamente.

Es así como el escamoteo de una paga extra a los médicos, policías, bomberos y demás funcionarios sería un simple "retraimiento", de acuerdo con la genial expresión ideada por el jefe de Hacienda, Cristóbal Montoro. Se conoce que la mentada paga es tímida y ha decidido no encontrarse con sus beneficiarios en la próxima Navidad. Al igual que ocurre con la gente, hay pagas que son de carácter retraído.

Otras invenciones del lenguaje politiqués tienen aún mayor mérito. A la subida del IVA, tan fácil de entender, la han denominado nada menos que «ensanchamiento de las bases imponibles del impuesto sobre el consumo». Ese mismo arte expresivo de birlibirloque permite que la subida general de tributos no sea €como pudiera parecer€ un asalto a los bolsillos del contribuyente, sino una mucho más tranquilizadora «consolidación fiscal».

Tanto da a estos efectos que los políticos militen en la banda de babor o en la de estribor, como bien demuestra el hallazgo de la expresión «crecimiento negativo» para definir una situación en la que el país va de culo y marcha atrás, por decirlo en el más castizo e inteligible lenguaje de la calle. Crecer hacia abajo es una paradoja más bien incomprensible a la que sin embargo han recurrido imparcialmente el anterior ministro socialdemócrata Solbes y el conservador De Guindos todavía al mando.

Infelizmente, los números se resisten a ser conjurados por las palabras. Ni el crecimiento negativo, ni la desaceleración acelerada, ni cualquier otro de los muchos artificios lingüísticos usados en estos años lograron contener la escalada del paro o el derrumbe de la producción. Y tampoco la prima de riesgo se muestra especialmente sensible a las metáforas, por lo que se ve. Digamos, en resumen, que el país estaba al borde del abismo y ahora va a dar un decisivo paso adelante. Es lo mismo, pero suena mucho mejor.