En Valencia se ha caído la segunda palmera en nada y, Alicante, va ya por la quinta. Lo extraño es que, en la Comunitat Valenciana, algo siga en pie. Uno, a duras penas. Me marcho de vacaciones y sale Rajoy a hacer balance por lo que no sé si irme a la montaña o al ambulatorio. Mejor no me muevo de la playa, no vaya a ser que me receten algo y encuéntralo. Menos mal que nos queda Draghi para arrojar sobre él los demonios. Bueno, también es verdad que se nos ha puesto el medallero de cara para recuperar viejas sensaciones. Observándolo, ¿qué van a decir ahora los guiñoles? ¿Que no estamos ya ni para comprar sustancias estimulantes? Y, en cambio, ¿qué puestazo ocupa Francia? Yo no digo nada, pero qué gusto da. Al fin parece que volvemos a ser lo que siempre hemos sido. Es que resultaba chocante que, estando como está el panorama, en los deportes en cambio viviéramos en permanente luna de miel. Había gente a la que le daba coraje. Pues ya está. Tranquilos. Se acabó. A pesar de Miriea y de lo que se pueda rascar por ahí, qué bien sienta tener un enemigo exterior en quien descargar el mal rollo. Cómo reconforta oír a esos locutores volver a echar mano del extraviado «no hemos venido a luchar contra los elementos», que permanece en el subconsciente colectivo, aunque las nuevas hornadas estuvieran en Babia. Pero lo sustancial es que, en el balance de lo que llevamos, la persecución avanza. Son las injusticias que se ceban contra nosotros. Ya sea el beceé, la prima o el árbitro venezolano que se comió aquel penalti de libro. Un chavista perdido que, obviamente, tiene inquina a este Gobierno de ley. Ya está bien de fair-play, por favor. A por ellos, oé. La caballerosidad, el sentido común y saber estar de un Del Bosque, heredados del republicano de su padre, valen para un ratito. Ese que el historiador Emilio La Parra, en un repaso meteórico a las hazañas patrias, definiría con agudeza como una desviación. Lo nuestro es otra cosa. Muy grande, por Dios. Como Mariano que, efectivamente, de líder ha pasado al Lidl.