Los veranos son para las moscas. Tan cierto y tan sabido es el reinado veraniego de las moscas, que nunca han sido noticia. Ahora bien, si son pequeñas, negras y además muerden, los antipáticos insectos acaban por ser también protagonistas en los medios de comunicación. En toda la ribera del Ebro, desde la Rioja al Delta, se habla mucho estos días de las moscas negras, de sus terribles picaduras y de cómo están afectando al turismo y a la vida diaria de los habitantes de estas comarcas. Parece que las medidas profilácticas adoptadas hasta ahora no han sido muy eficaces y el problema crece un verano tras otro. Uno de los verbos más utilizados en todas las informaciones es el verbo «invadir». Es la mosca quien «invade» territorio, quien gana poblaciones y se mete con descaro en las urbanizaciones. A nadie se le ha ocurrido pensar que es justo al revés, que es el hombre el que está invadiendo el hábitat natural de especies como la mosca negra o los tábanos, construyendo urbanizaciones en el monte o invadiendo los espacios fluviales donde la mosca se reproduce. Si a eso se añade que estos insectos se han quedado huérfanos de hospedadores debido al declive de la ganadería y al abandono de la tracción animal €no quedan mulas ni asnos en los que cebarse€, pues la consecuencia es clara: moscas y tábanos están donde siempre, aunque un poco más desesperados de lo normal, y son otros los que han invadido un territorio que les era ajeno hasta hace unos años.

Y sí, también el cambio climático tiene que ver con las moscas negras y otros insectos. Cada grado que aumenta la temperatura acelera el ciclo vital de muchas de las molestas criaturas, que acortan sus puestas produciendo cada vez con mayor frecuencia millones de individuos. En este contexto de calentamiento global parece claro que moscas y verano van a seguir durante muchos años casi como sinónimos y que la mosca negra, si no se actúa con sensatez, seguirá compitiendo en los espacios informativos con las Olimpiadas y con todo lo que se ponga por delante.