Con sus cambios de dirección, TVE ha enviado a periodistas angloparlantes a los JJ OO. Y allá fue una joven decidida a hacer preguntas en inglés €siempre las mismas€ a los distintos ganadores. Que si estaba satisfecho con su victoria, que a quién la dedicaba... y algún que otro lugar común que a los espectadores nos venían al cogote, porque no conocíamos a sus abuelos, entrenadores o parejas. Y en esto llegó arrollador el gran Bolt, que, despejando dudas y pronósticos, ganó en un paseo, dedicando sus saludos a todo el estadio. Y naturalmente allá fue nuestra locutora.

De repente, Bolt puso su mano ante el micro, le cortó la palabra y mirando hacia otro lado le dijo: «Perdón, el himno». Estaba interpretándose el himno de Estados Unidos en una entrega de medallas, lo que era seguido con un silencio reverente y absoluto de los 70.000 espectadores del estadio. Bueno, de todos menos nuestra locutora. Hay que aclarar que el himno no era del país de Bolt, pero la educación y la cortesía obligan a todos por igual. Acabado el himno, la locutora insistió en su pregunta sobre si el atleta era consciente de haber entrado en la leyenda, a lo que éste le respondió que a él le bastaba con ser Bolt. Y a otra cosa.

Esta señorita, acostumbrada a que en España cuando suena el himno sea como si se cantara La parrala €unos comiendo palomitas, otros llamando a los parientes a gritos o tocando el bombo, otros echando papeles a la pista y otros pitando a todo pulmón, dejando solos a los jugadores en el campo con su gesto serio como si el himno fuese solo de ellos€, pensó que en todas partes era igual, por lo que no interrumpió su entrevista. Y se llevó la lección de su vida. Porque cuando suena un himno donde quiera que sea, todos se ponen en pie y guardan el más absoluto silencio como señal de respeto a lo que es y significa. Porque una bandera y un himno son los signos que identifican y acumulan la historia, los proyectos, esfuerzos, logros y los sinsabores de un grupo humano. De modo que todos ellos tienen sus signos de identidad, que veneran y respetan porque les ligan en su presente y también con su pasado.

Pero aquí ocurre que nos estamos quedando sin himno y sin bandera, a la que se quema y se suplanta con signos republicanos o independentistas. Somos una nación sin identidad ni respeto propio. Y si nosotros no nos respetamos, ¿vamos a pretender que nos respeten los demás? Mientras todo esto ocurre a diario, el Gobierno, acobardado por esas modas, mira hacia otro lado como si no pasara nada o no tuvieran importancia. Que le pregunten a aquel español que tomó en broma una bandera danesa lo que estuvo a punto de pasarle. ¿Por qué en España no ocurre lo mismo?

Lo que ha quedado muy claro es que el señor Bolt, además de superar a todos en velocidad, nos ha dado una gran lección con su sentido del respeto a los símbolos. Algo de ello habrá aprendido la periodista de RTVE. Sería muy bueno que el Gobierno, además de los recortes, tomara este asunto también en serio para evitar que todos nos tomen el pelo y la nación más vieja de Europa acabe sin himno ni bandera.