A todas las loterías en activo, que son muchas, se sumó hace unos días la de Bankia, cuyas acciones subieron un 30% por las mismas razones que el Euromillón toca en Cuatro Caminos, es un decir, o en un barrio de Valladolid. Como somos creyentes (cada uno de su cosa, claro) se suele decir que el gordo de Navidad cae allá donde ha sucedido una catástrofe, para compensar, porque Dios aprieta pero no ahoga y cuando te cierra una puerta te abre una ventana, etcétera. Es mentira, pero consuela de tanta crueldad absurda a la que estamos acostumbrados. En Bankia, los pequeños ahorradores habían perdido su colchón para la vejez. El pequeño ahorrador invirtió en Bankia porque Rato se parecía a ese señor que en tiempos venía a casa a cobrar la mensualidad de la enciclopedia a plazos de Planeta o el seguro de Santa Lucía, un señor con muy buena pinta que daba caramelos a los niños de la casa y conversación a sus madres.

Ya se sabe que los hombres que dan caramelitos a los niños son un peligro, y no solo porque los caramelos tengan droga, sino porque suelen ser señores malos, que los raptan y se los llevan al bosque donde los devoran crudos. Pues ese señor con buena pinta, de nombre Rato, dio caramelitos a todo el mundo mientras tocaba alegremente la campanita con cuyo tañer inauguraba la nueva casita de turrón y chocolate. Picó, sobre todo, la gente ingenua, la misma que compraba a plazos enciclopedias que mejoraría la cultura de sus vástagos y que adquiría por anticipado una tumba que nunca usaron porque luego se puso de moda la incineración.

Los caramelitos estaban, claro, envenenados. Actuaron como una lotería negativa donde el que más ganó fue el que menos perdió. Tras la huida de Rato, hubo un tiempo de silencio y ahora la lotería se ha puesto de nuevo en marcha. Esta vez los caramelitos con droga vienen de Europa. 30.000 millones de euros en caramelitos se han gastado los vendedores de enciclopedias a domicilio. Si usted es de los agraciados, tome el dinero en inviértalo en Lotería de Navidad. Es más segura. De nada.