La jerarquía eclesiástica se ha ausentado curiosa y nítidamente de la crisis. Al margen de los pronunciamiento esporádicos de obispos individuales, cuya repercusión se dispara por su escasez, la conferencia episcopal ha renunciado incluso a sus reivindicaciones medievales, con tal de no ser importunada sobre la calificación evangélica de los financieros y demás beneficiarios del desastre en curso. Ante el enmudecimiento religioso, rebrotan figuras de inspiración crística y tradición materialista como el alcalde de Marinaleda. El ahondamiento del desastre económico puede convertir a España en terreno abonado para las teologías de la liberación, pero la versión ortodoxa del catolicismo no reclama siquiera su cuota de influencia en un país con seis millones de parados.

La parálisis eclesial española se explica mediante la lectura de un libro italiano, Sua Santità: Le carte segrete di Benedetto XVI. La denominación popular de Vatileaks parece oportunista hasta que se repasa, con la guía del periodista Gianluigi Nuzzi, el manojo de documentos supuestamente sustraídos por el mayordomo del papa, un primer síntoma de torpeza en una institución que se considera mucho más que un Estado. Sin necesidad de forzar unos datos inexpugnables que retratan a Tarcisio Bertone €secretario de Estado€ y a Greorg Gänswein €el apuesto secretario papal€ el lector concluye que El Vaticano se halla maniatado ante la crisis. Dicho de otra forma, ha participado activamente en los trámites que han conducido al colapso económico. Esta implicación permite a monseñor Carlo Maria Viganò, secretario general vaticano y hoy nuncio en Estados Unidos, dirigirse a Benedicto XVI resaltando «tantas situaciones de corrupción y de prevaricación radicadas desde hace tiempo en la gestión de las diversas direcciones» vaticanas.

Los escalones más próximos al papa reconocen por escrito la corrupción en la ciudad-Estado. Sarkozy se atrevía a predicar la «refundación del capitalismo» en la confianza de que El Elíseo sería el primero en torpedearla. En cambio, El Vaticano no puede permitirse ni una insinuación que delatara su apartamiento de la actual configuración económica del planeta, basada en la desigualdad creciente entre sus habitantes. La Iglesia se halla tan comprometida con las finanzas mundiales como un banquero a la espera de las primas de fin de año. El apoyo a tesis disidentes dispararía la prima de riesgo vaticana. Por ejemplo, el disgusto que provocan los 4.500 casos de pederastia a cargo de sacerdotes estadounidenses se complementa con el pago de más de dos mil millones de euros en indemnizaciones. Esta sangría ha llevado a la bancarrota a siete diócesis del país americano. Nada acalla las conciencias rebeldes como una buena deuda.

Nuzzi ha escrito un libro magnético €cinco ediciones en dos meses€ pero cualquier lector del medio centenar de páginas de apéndice documental no se apartará significativamente de las conclusiones del autor. Las tribulaciones terrenales del Vaticano superan su labor espiritual. El pánico desatado por la orden de Bruselas a Italia para que los edificios eclesiales no destinados al culto paguen religiosamente sus impuestos, recuerda la polémica desatada en España cuando el PSOE reclamó idéntico trato. Ante la debilidad de Ratzinger, súbitamente aparecen sospechosos intermediarios, que presumen de poderes para ablandar los plazos exigidos por el comisario Almunia.

La coherencia financiera desprendida de Las cartas secretas de Benedicto XVI se compatibiliza con el eclecticismo ideológico. Cuando ETA solicita una reunión para sondear el apoyo del Vaticano a su abandono del terrorismo, Bertone cita simultáneamente al entonces vicepresidente Rubalcaba €«ETA no debe declarar una tregua, sino disolverse»€ y a Jaime Mayor Oreja. A continuación, en un viraje que deberá explicar a sus sectores ultramontanos españoles, entreabre la puerta a futuras «propuestas análogas» de la banda terrorista. Un residuo de la acrisolada diplomacia vaticana.

Ratzinger no ha sorprendido por la dureza doctrinal que se presuponía al bulldog de Dios, sino por su absoluta falta de control sobre las instancias vaticanas. A través de sus documentos, recuerda a un comparsa desbordado por su papel protagonista. La estampa delicadamente kitsch de las audiencias papales se perturba al observar los documentos en que los solicitantes del contacto con el papa adjuntan cheques de hasta cien mil euros. Sí, como en el Principado de Mónaco.