Uno conoció la Alemania dividida, cuando Bonn era la pequeña capital de un país alicortado y con ganas de hacerse perdonar los errores y crímenes pasados. Era una Alemania con referentes morales entre los intelectuales como los novelistas Thomas Mann, Heinrich Böll o Günter Grass, en la que un canciller, el socialdemócrata Willy Brandt, se arrodillaba en el gueto de Varsovia en un simbólico gesto de pedir perdón por las atrocidades cometidas por sus compatriotas, o el cristianodemócrata Helmut Kohl se dejaba fotografiar cogido de la mano del presidente socialista francés, Francois Mitterrand, en el cementerio de Verdún.

Vino luego la unificación del país para satisfacción de quienes nunca creyeron en la división europea por motivos ideológicos, pero también ante el temor de algunos líderes europeos que no habían olvidado la pasada tragedia e incluso de ciertos intelectuales germanos que temieron que en el país unificado volviera a resurgir la arrogancia y la prepotencia de los viejos tiempos. Ahora, he aquí que Alemania vuelve a convertirse en la pesadilla de muchos europeos y en especial los del sur. Pero también de todos cuantos confían en la estabilidad europea como uno de los factores de la prosperidad de Occidente, como el presidente Obama.

Se habla mucho del temor histórico que inspira a los alemanes un rebrote de la inflación, que en los años veinte devoró los ahorros de millones. Pero ¿han olvidado lo que representó en su momento en la Alemania de Weimar un desempleo desbocado como el que amenaza ahora a los pueblos mediterráneos? Lejos de expresar admiración por la paciencia con la que un pueblo como el español aguanta con auténtico estoicismo una situación que en Alemania sería sin duda explosiva, la opinión pública germana nos trata como perezosos y corruptos que sólo piensan en llevarse sus ahorros para seguir gastándolo alegremente.

Es cierto que de corrupción y despilfarro sabemos aquí desgraciadamente mucho, tal vez demasiado. Pero no pueden pagar justos por pecadores. No se puede castigar a un pueblo colectivamente. No se hizo tampoco con los alemanes después de la desgracia que infligieron a Europa. Lo reconoce, por ejemplo, la eurodiputada verde alemana Franziska Brantner, que critica la prepotente frase de Merkel de que no habrá eurobonos mientras ella viva. Y ¿qué decir de los medios de comunicación germanos? «En las páginas económicas se habla de los eurobonos como si fueran obra del diablo», escribe la eurodiputada en el último número del semanario Die Zeit. Y agrega: «Casi todos los medios están de acuerdo en apoyar a la canciller en su papel de ama de casa de Suabia». Los Adenauer, los Brandt, los Schmidt, los Kohl estaban hechos de otra pasta.