Escribo estas líneas una vez finalizadas las jornadas de calor más intensas de todo el año. Estamos en el centro del verano y es normal que haga calor, ¿pero, tanto?. Si el clima atendiera sólo a razones astronómicas el momento de mayor calor del año sería el solsticio de verano, esto es, los últimos días de junio. Es cuando los rayos del Sol caen verticalmente sobre el trópico de Cáncer y por tanto la intensidad de la radiación es mayor en nuestra zona. Pero en agosto el Sol ya no está tan cerca de nosotros; sus rayos ya no caen verticales; la intensidad de la radiación es menor. Caminamos lenta pero inexorablemente hacia el equinoccio de otoño y con él hacia unas condiciones climáticas frías. Por eso, estos fuertes calores que hemos vivido, tal vez ya no tocarían; y sin embargo se producen. Y es que el clima no responde sólo a razones astronómicas. Hay otras, tan poderosas como aquélla, que marcan el ritmo térmico y pluviométrico de las estaciones del año. Y tienen que ver con el movimiento de las masas de aire y con las condiciones geográficas de las regiones del mundo. El Sol, es cierto, mueve con su radiación la maquinaria climática de nuestro planeta; pero estos otros factores modulan el desarrollo de los tipos de tiempo que sentimos a diario. Es lo que ocurre con las llegadas de aire sahariano causantes de estas olas de calor. El Sol ha ido calentando esta masa de aire norteafricana desde el pasado mes de mayo, pero es en julio y agosto, después de acumular mucho calor, cuando el aire sahariano se mueve hacia el norte y entonces nos afecta. Por así decirlo, va con cierto retraso respecto al momento de mayor intensidad de la radiación solar. Y a ello se une el mar Mediterráneo, que va acumulando este calor y no se desprenderá de él hasta finales de octubre. Y a veces lo hace de forma violenta (gota fría). Pero así funciona la atmósfera en nuestras latitudes. Y eso nos convierte en la región del mundo donde el estudio climático es más interesante y atractivo.