La Generación del 98 ha hecho correr ríos de tinta. (€) Nos encontramos ante los fundamentos mismos de la ideología española contemporánea». Lo escribió Jaume Vicens Vives, historiador catalán y español, fallecido en 1960: una de las ausencias más notables de nuestro pasado intelectual y de nuestra historia reciente. Gracias a El acantilado y su reedición del texto de Vicens España contemporánea (1814-1953), hemos recuperado una obra esencial para comprender lo que hemos sido y, sobre todo, lo que hemos dejado de ser hasta este siglo XXI cambalache. Vicens anticipa un análisis moderno de la importante nómina de escritores y pensadores que forman parte de los del 98: «No refleja nada más que la amargura de Castilla, al tomar conciencia de su fracaso en construir España. Por eso buscó la vía del renacimiento español en un culto hiperbólico de todo cuanto es castellano, en un nacionalismo telúrico, utópico, ciegamente apegado a los valores de la raza». Y se equivocaron estrepitosamente a pesar de su buena fe. Y sus finales, todos, fueron tristes/trágicos: de Unamuno abucheado por el fascista tullido Millán Astray en Salamanca, a Machado muerto de tristeza en Coilloure, pasando por Maeztu asesinado en Paracuellos en aquel horrible otoño de 1936.

Por enésima vez se me venía esto a las mientes mientras atravesaba la Tierra de Campos, feraz y fea, de Madrid a La Coruña, e intentaba preguntarme, también por enésima vez, si España es posible, como país. Y me contesté firmemente que ya no, ni merece la pena. España es una idea literaria y un concepto histórico para analizar hasta el infinito. Nada más y nada menos. Las estructuras administratvas que se apliquen con esa etiqueta, humo. En el territorio que llamamos España hay naciones y países, cada vez más distintos, a pesar de la globalización, cada vez menos solidarios, porque les ocupa más Bruselas y Wall Street que un verso de Federico: «Debajo de las multiplicaciones/ hay una gota de sangre de pato».