Cinco jefes y asesores a dedo. Cinco paniaguados más. Cinco sinecuras a cargo del maravedí público. Cinco momios a repartir entre los amiguetes, y a firmar con la tinta cínica que se guarda en los vetustos cajones de la trastienda. Sigue funcionando el covachuelismo político, la camarilla barroca, la socaliña del poder. Los aposentos del gobierno valenciano huelen a siglo XVII; y sus ocupantes, ataviados con el negro jubón de ignorar plebeyos, reparten prebendas fantasmagóricas a cuenta del oro náufrago que imaginan surcando el mar muerto del crédito europeo.

Cambian los tiempos, pero no el jaez. Antañísimo fueron las ambiciones imperiales las que arruinaban el país; hogañazo son las codicias personales. Entonces nos gobernaron soñando vanas glorias terrenas y alucinantes orgullos raciales; ahora nos gobiernan desde la urbanización veraniega, el coche oficial y el piscolabis babilónico; desde la librea pija del traje y el abalorio, el cogote rizado y el pelucón descomunal. Las rígidas gorgueras del barroco han dado paso al suave algodón de Ralph Lauren; la imposición salvaje a la vaselina del Diari Oficial.

El cambio, sin embargo, sólo es aparente; de modo que no salimos de la chorrada y la majadería, de la fatuidad y la grandilocuencia. Mientras el asendereado súbdito intenta reposar el espinazo y combatir el espantoso bochorno canicular, la colmena política bulle de actividad. Es el momento de la gratificación y la propina, del aguinaldo y el enchufe, de premiar al esbirro diligente y colocar al mucamo fiel, de bailar una carísima contradanza de sonrisas y palmaditas cuya minuta engrosará la deuda pública.

Siguen aquí Montalbán, Osuna, Pacheco Narváez y Olivares; sigue aquí el barroco; sigue aquí el abismo entre los que gobiernan y los gobernados. Los políticos de ahora no son de ahora: son los del siglo xvii que siguen aquí, con sus contubernios y sus conventículos, con sus intrigas y sus aquelarres, imponiendo a la sociedad el mismo estelionato de siempre.

Las cinco plazas de alto funcionario aparecidas en el DOGVdejan muy a la vista las cartas marcadas de la política, el envés de los recortes y sacrificios que se nos venden a diario como único remedio. La supresión de pagas extras y el incremento del iva no eran para combatir la recesión, sino para costear las nuevas archinóminas con que sigue acreciéndose la mojiganga burocrática.