Tras Londres 2012, China copa el medallero olímpico como nueva potencia emergente: sus atletas baten records mundiales, mientras que sus equipos resultan cada año más competitivos. No se trata de un logro aislado sino que casa con otros parámetros de competitividad global: el énfasis en la educación sitúa a los alumnos chinos en el podio de PISA, sus multinacionales se extienden a una velocidad de vértigo por África, América y Europa, la inversión en I+D se duplica cada pocos años, manteniendo elevadísimas tasas de ahorro público y privado€ La selección y formación de elites parece un proceso evidente que incluye el deporte, las artes, la matemática y la ciencia. Un proceso idéntico al éxito deportivo se constata en la música clásica con los pianistas Lang Lang y Yundi Li como estandartes de la calidad de los conservatorios. No dejan de causar asombro los resultados estandarizados obtenidos por los adolescentes de Shangai en el último informe PISA. En matemáticas, por ejemplo, la nota media de la OCDE fue de 496 puntos, por 483 de España € una vez más, muy por debajo de la de nuestros socios europeos -, la de Finlandia, 541, y la de Shangai, 600. Resultados similares se obtuvieron en las pruebas de lectura y de ciencias, situando a los alumnos chinos € los asiáticos en general € muy por encima de los occidentales. Asombrado por la prodigiosa modernización de China, el presidente Obama ha hablado de la urgencia de un "momento Sputnik" para referirse a la necesidad de dar respuesta al retraso educativo de los Estados Unidos frente a los logros de los países asiáticos - del mismo modo, digamos, que América puso al hombre en la Luna tras el desafío ruso del Sputnik. Los resultados de China prueban muchas cosas. En primer lugar, la importancia de la ambición colectiva de una nación. Se trata de un ejemplo que se repite a lo largo de la historia y que nos habla de la importancia de la ética y del esfuerzo frente a la tentación de los atajos. En segundo lugar, nos muestra que la tradición se reinventa. Quiero decir que incluso países carentes de tradición en algún campo determinado, como la música clásica o la natación en China, pueden alcanzar resultados notables en periodos de tiempo relativamente breves. En tercer y último lugar, la constatación de que el desarrollo de las naciones va de la mano de las exigencias del entorno. Dicho de otro modo: la apertura internacional y la competencia nos mejoran; al contrario que el aislamiento o el proteccionismo comercial.

En clave española, China ilustra muchos aspectos de nuestro futuro como nación. Asediados económicamente y víctimas de un proceso acelerado de desertización industrial, cabe preguntarse si sabremos adaptarnos al nuevo entorno del capitalismo global. Países como China, Corea del Sur o Singapur nos demuestran que es posible hacerlo en el lapso de unas pocas generaciones. Reformar el sistema educativo, los colegios profesionales, la Administración Pública, el modelo laboral, la peligrosa adicción a las subvenciones y al BOE, etc; todo ello constituiría nuestro particular "momento Sputnik» coincidiendo con una situación de máximo stress. Para ello se necesita tiempo y voluntad, además de ambición e inteligencia. ¿Dónde estaremos dentro de veinte o treinta años? Lo desconozco. Pero sí sé que el futuro no está escrito si no cedemos a las garras del fatalismo.