En medio de tanta mudanza, la inmutabilidad del sol es buena noticia. Aunque su rotación debería provocar un cierto achatamiento, para los astrónomos de la Universidad de Hawai hay otras fuerzas interiores que la compensan, como si fueran tensores que aseguran la perfección de la esfera. De ahí a imaginar que un programa rige esa voluntad de perfección, y una inteligencia controla esa voluntad, hay un pasito. Siempre he sido partidario de devolver al sol su antiguo rango divino, pues a fin de cuentas nos da cada día la vida y es el señor más verificable del destino. En cuanto a las tormentas solares que agitan su superficie, son expresiones del carácter y una garantía del capricho, otro signo propio de la divinidad. Todo esto suena a teología, y desde luego lo es, pero al menos la ciencia poco a poco la va corroborando. Para colmo de ventajas, el sol no se ocupa de la moral privada.