Este es el país que ha dado a otras lenguas europeas palabras como «pronunciamiento» o «picaresca». Un país que ha vivido durante muchos siglos de sobresaltos o a salto de mata.Un país que gastó la plata de otro continente en financiar absurdas guerras de religión en toda Europa, que se endeudaba de esa forma una y otra vez y tenía que recurrir a banqueros alemanes, genoveses o de otras partes para que lo rescataran. Es éste el país del que diplomáticos y viajeros que lo visitaron se dieron pronto cuenta de la poca capacidad que tenía para los negocios hasta el punto de que tuvieran que ser muchas veces comerciantes foráneos quienes, establecidos entre nosotros, exportaran nuestros productos o los que se fabricaban fuera con nuestras materias primas. ¿No ha sucedido hasta hace poco con nuestro aceite de oliva o nuestros vinos? ¿No está ocurriendo todavía hoy con buena parte del sector inmobiliario en Mallorca y otros lugares de nuestras costas, que parecen estar sólidamente en manos de agentes alemanes, holandeses o británicos? Es éste el país donde, tras cada cita electoral, quien llega al poder no duda en ponerlo todo otra vez patas arriba y cambiar al equipo anterior, desde los altos cargos de los ministerios o las empresas públicas, para colocar en su lugar a quienes les son ideológicamente más afines. País de políticos que se niegan a reconocer sus propios fallos y culpan siempre a otros de lo que sucede. Y que cuando un día se suben al coche oficial hacen todo lo posible por no volver a tomar un medio de transporte público mientras vivan. Donde se han podido hacer durante años pingües negocios con la especulación más desaforada, pero donde cuesta a veces vivir decentemente de la docencia o la investigación. En el que la improvisación y eso que ya Baltasar Gracián llamaba «impaciencia de ánimo» ha primado casi siempre sobre la perseverancia.

Es el país donde burlar a Hacienda se ha convertido para muchos en deporte favorito y sólo pagan religiosamente sus impuestos quienes por la razón que sea, y no por estar convencidos, no pueden evitarlo. Aunque en esto no seamos, ni mucho menos, únicos. Es el país donde, con ayuda de los siempre bienvenidos fondos europeos, nos creímos de pronto nuevos ricos y nos dedicamos durante años de supuesta bonanza a construir aeropuertos sin aviones y museos sin fondos a mayor gloria de politicastros locales. Donde han surgido sin control y amparadas por la corrupción nuevas urbanizaciones de más que dudosa estética mientras se permitía que se degradasen poco a poco muchos centros históricos. El país que tantas veces no cuida lo público y llena los parques y el campo de inmundicias sin que parezca importarle lo más mínimo. Éste es un país de gentes orgullosas que ocultan a veces en el fondo, como han analizado algunos, un complejo de inferioridad. Este es el país, acaso ni mejor ni peor que otros, que llamamos España.