Patxi López es un lendakari atípico. No se apellida Garaicoetxea, ni Ardanza, ni Ibarretxe, sino López. Tampoco tiene, ni lo pretende, la impostación propia de un lendakari, un apresto o un aura que reciben al ser investidos bajo el árbol de Guernica, y en cierto modo los diviniza, aunque luego puedan exhibir sencillez. Da la impresión de que nunca ha querido ser otra cosa que Patxi López, un hombre de la margen izquierda, de indudable talento político, al que una compleja circunstancia ha llevado hasta Ajuria Enea. Quizás esa ligereza de cuerpo y espíritu, libre de la grave carga del culto a una patria, sea la que le haya permitido hacer una contribución decisiva a la paz en Euskadi. Hace poco López decía que «ser vasco es muy cansao», frase que habrá provocado sonrojo en sus colegas en el cargo, pero se entiende bien, y compartirán la mayoría de los vascos, aunque no lo voten.