La combinación de la ley de reforma laboral, la desregulación de los ERES y la profundidad del paro, está convirtiendo a España en un país de proletarios. La dureza de la situación obliga a los que quieren trabajar a aceptar lo que les den y el último ejemplo es la contratación de profesores de inglés en la Comunitat Valenciana por un salario irrisorio y sin derechos hasta convertirlos en becarios después de despedir a los interinos ejercientes. El desarrollo progresivo de las clases medias está siendo sustituido por una proletarización de los trabajadores acompañada por una disminución correlativa del Estado de bienestar.

Más del 60% de los asalariados españoles cobran menos de mil euros. Pero lo más desagradable es el crecimiento de la cifra de ricos y muy ricos, hay un español entre los tres primeros supermillonarios mundiales, y la negativa del gobierno a hacer una reforma fiscal contundente contra los paraísos fiscales y la defraudación. Son los propios inspectores de Hacienda los que ponen el grito en el cielo ante semejante estado de cosas al negárseles medios para cumplir su función. La desigualdad española se acrecienta.

España, que no ocupaba un buen lugar en la clasificación europea, se está acercando a la situación de los países africanos, a los vecinos mediterráneos del Sur donde gobiernan unas oligarquías poco favorables al bien común y en las que muy frecuentemente se asientan empresarios españoles dispuestos a beneficiarse de la ausencia de sindicalismo efectivo y derechos humanos protegidos. Cuando creíamos que estaba en trance de desaparecer está reemergiendo un capitalismo salvaje y son las socialdemocracias escandinavas las únicas que mantienen la tradición del Estado bienestar. Los ejemplos de capitalismo son ahora China y el resto de los países del sudeste asiático aunque Rusia no les va a la zaga. En los últimos veinte años el número de millonarios rusos se ha multiplicado por cinco mientras los servicios sociales disminuyen y en algunos sitios son inexistentes. Es indudable que los nuevos españoles van a vivir peor que sus padres y abuelos. De hecho, la pensión de los abuelos es en muchas familias sin trabajo el único recurso para sobrevivir.