En los últimos años estamos consiguiendo que se pueda hablar de la palabra cáncer con mucha más libertad, evitando cada vez más los eufemismos. A ello han contribuido los diagnósticos de la enfermedad que ha padecido algunos personajes famosos, entre los que se incluyen varios políticos. Eso tiene un lado peligroso: se ha pasado de no emplear la palabra a que algunos la utilicen con demasiada ligereza y con fines políticos. Los casos de la presidenta Argentina Kirschner, que al final resultó que ni siquiera padecía la enfermedad, y de nuestra querida Esperanza Aguirre, son buenos ejemplos de ese mal uso. Por cierto, muy distinto es el caso de Usue Barcos, que ha estado verdaderamente enferma y lo ha llevado con dignidad y sin sacar tajada. Ante la puesta en libertad del etarra enfermo de un cáncer terminal, en cuyas consideraciones no voy a entrar porque no me parecen el aspecto central de este artículo, la señora Aguirre se ha despachado con que "el cáncer es una enfermedad que padecemos muchos, entre otros yo misma". Según esa religión, que ella dice profesar, no hay que utilizar el nombre de Dios en vano. Pues bien, como enfermo de cáncer, también creo que no se debe ocultar la palabra cáncer pero tampoco se debe emplear en vano. Cuando padecí cáncer la primera vez, a pesar de haber sido operado y de sufrir ya tres ciclos de quimio "relativamente suaves", me comparaba con mis compañeros de hospital de día, con casos irreversibles, crónicos o sencillamente más complicados, y ya me costaba verme a su nivel de padecimiento. Cuando mi tumor se reprodujo y me sometí a seis ciclos de quimio mucho más duros en todos los sentidos, ya me vi más a la altura pero no me consideré comparable con aquellos crónicos, incurables o terminales, y menos ahora totalmente restablecido y sin apenas secuelas. No sé hasta qué punto la Presidenta se puede considerar enferma de cáncer pero desde luego es inmoral que se iguale con "cualquier" enfermo de cáncer y sobre todo lo es que lo haga con fines políticos.