Los tiempos en que el PSOE de Zapatero gobernaba Cataluña y Euskadi parecen tan alejados como el siglo en que España se anexionó Portugal, a falta de decidir si el desenlace será el mismo en ambos casos. Por mor de las paradojas que alientan a la política, la misma crisis económica que sofoca las veleidades independentistas también acelera el desembarco de formaciones más soberanistas que nacionalistas, que pueden permitirse la ficción de desmarcarse de los protagonistas hegemónicos de la vida estatal. El próximo 21 de octubre, un año después del fin de la violencia de ETA y cuatro años después del fin de la violencia de Lehman Brothers, el ente indisoluble PP/PSOE se despide de Euskadi.

Cabe hablar sin exageración de la gira final de un dúo de viejos rockeros, inseparables gracias al odio mutuo que se profesan y que han adulterado las esencias de su música hasta dejarla irreconocible. Se permitían cualquier extravagancia porque monopolizaban el mercado. No calcularon la indignación ciudadana que estaban incubando, pese a las señales de alarma disparadas en los sondeos. El simbolismo auxilia al Tour de liquidación del bipartidismo, al iniciarse en la comunidad que gobernaban conjuntamente PP/PSOE, otro contrasentido de difícil digestión aunque minúsculo en comparación con el tsunami devastador de la crisis económica.

La aversión de los contribuyentes hacia el PP/PSOE cuajará en la adoración de los becerros de hojalata más inesperados. De momento, ha obrado el milagro €la palabra adecuada, dado el partido en cuestión€ de que el PNV aparezca como una opción solvente y de corte revolucionario, aunque en Alemania se identificaría fácilmente con las posiciones ultramontanas de la CSU bávara. El partido de la conferencia episcopal vasca prepara una victoria que sólo pueden arrebatarle quienes presumen de aventajarle en radicalismo. El malestar con el bipartidismo transforma en líder providencial a un Iñigo Urkullu que refleja pálidamente al brillante Josu Jon Imaz.

La magnitud del previsible éxito de Bildu ha sorprendido a la propia empresa. La urgencia de sectores crecientes de la población por votar a cualquiera excepto al PP/PSOE propiciará que la formación de seguidores más concienciados reciba un aluvión de sufragios que no le pertenecen. La situación económica en Euskadi no alcanza la misma gravedad que en el resto de España, debido a las aportaciones de dinero de comunidades más pobres que el_País Vasco, un absurdo fiscal en aras de la cohesión estatal. Aun así, un funcionario de salario rebajado, un parado o un pensionista amenazado pueden sucumbir a la tentación de votar a quien más dolor cause al bipartidismo. Conviene recordar estas aportaciones cuando la mesiánica Bildu acentúe la dimensión espiritual de su victoria.

Bildu se convierte así en un barómetro indirecto de la sordera manifiesta de Ferraz y Génova, hacia colectivos que apoyaban al PP/PSOE automáticamente. La izquierda abertzale modera el entusiasmo de sus seguidores con una candidata insípida. La profesora Laura Mintegi parece calculada para moderar un desbordamiento electoral, antes que para vulnerar el reducto machista de los presidentes autonómicos. El sombrío Otegi era el aspirante deseado por la izquierda española, en la esperanza de que su proclamación significaría el acabamiento definitivo de ETA.

El entonces vicepresidente Rubalcaba nunca temió el auge de las sucesivas marcas de Batasuna, cuando percibió que el Estado se había quedado sin pruebas para conseguir la ilegalización a perpetuidad de los radicales. El líder socialista consideraba acertadamente que la labor de gobierno es la mejor manera de desilusionar a los votantes idealistas. De hecho, así lo demuestra la peripecia reciente del PSOE.

La tentación demagógica de los votantes chamuscados ha sido acelerada por la soberbia de PP/PSOE. Por ejemplo, ¿en qué se parecen los banqueros y los terroristas en el imaginario colectivo? En que ambos gozan de una protección legal suplementaria. La gira de despedida de populares y socialistas se saldará con víctimas concretas. Patxi López ha demostrado que todo presidente autonómico acaba por hacerse nacionalista. Basagoiti es el líder más coherente de la derecha, y el guirigay entre el ministro de Interior y Mayor Oreja revaloriza al dirigente vasco del PP.

En fin, la elasticidad electoral impide los vuelcos, por lo que el triunfo soberanista no será tan abrumador como se prevé. Ahí está Andalucía, como prueba más reciente.