Si la política es el arte de la oportunidad, como dejó escrito Maquiavelo, habría que preguntarse a continuación si nos hallamos en el momento propicio para radicalizar la relación entre las dos autonomías que han constituido, desde hace siglos, el «problema de España»: el problema del encaje de Euskadi y Cataluña con España. Políticas de austeridad, recortes, crisis económica y crisis europea, océanos de desempleo y nuevos horizontes (im)productivos, intervenciones y rescates. Un escenario sumamente complicado y contradictorio. ¿Es necesario estirar la cuerda hoy bajo convicciones y ortodoxias que quizás exijan un descanso hasta la incierta salida del túnel?

El primer escenario que se abre es el del País Vasco, con las elecciones anticipadas del 21 de octubre. Una Bildu ya rodada en el poder y con el problema de ETA en vías de resolución llega a la cita con ansias de marcar el futuro de Euskadi. Los sondeos pronostican que la izquierda abertzale y el PNV podrían superar juntos el 50 % de los votos. Con semejante ánimo independentista instalado en Ajuria Enea y en la cámara vasca, una agenda soberanista que dejaría en mera anécdota los tiempos de Ibarretxe y su infausto plan podría marcar el tiempo político vasco y español.

Aunque revestida de legitimidad democrática, esta convulsión generaría dudas en la imagen internacional de España en un momento crucial para el crédito exterior €financiero y político€ del país. Podría ser la gota que colmara el vaso ante los ojos de Merkel y el resto de Europa bajo la tesitura del cóctel molotov griego: crisis económica e inestabilidad política. Si las «minorías» €quizás mayoritarias tras las elecciones vascas€ marcan el rumbo del soberanismo, la puesta en escena ha de cambiar obligatoriamente. Por dos razones. La primera, porque la crisis ha situado a España ante una encrucijada tan delicada y compleja como lo fue la de la Transición. Y en esta que habitamos €de carácter económico€ también ha de aparcarse la política de máximos y embalsamar las tensiones. La segunda, porque no hay «patria» sin pan, y el bienestar de los ciudadanos no se juega ahora en el tablero platónico, sino en la dura y complicada caverna de la economía cotidiana. La modernidad dicta €pasados los tiempos de los romanticismos veneradores de la geografía local€ que el objetivo de sacar del paro a los ciudadanos (sean vascos, catalanes o de las Hurdes) no puede verse eclipsado por ningún sueño identitario.

La receta sirve igual para Cataluña. Allí también se espera un otoño caliente. Cuentan que, antes de marcharse de vacaciones, Artur Mas reunió a sus altos cargos y les narró un cuento: «Sois los generales de un ejército que es la Generalitat y que tiene una gran misión». El molt honorable podría verse tentado a cruzar la barrera y romper la estabilidad institucional que caracterizó a su mentor político; también a plantear un todo o nada ante el Gobierno de Rajoy. El ardor guerrero de Mas no oculta que Madrid le deja dinero para pagar sus deudas y que se ha acogido al Fondo de Liquidez. Llamar a la puerta de Madrid para obtener euros porque no puedes pagar a los proveedores no es la mejor manera de comenzar una nueva relación. Quizás en Cataluña no sea el momento de apretar el acelerador del soberanismo. En todo caso, mil años antes que Maquiavelo, el taoísmo chino legó al mundo el concepto del «wu wei», literalmente, la «no acción». Reza la escuela de Laozi que el modo más efectivo de enfrentarse a una situación es no actuar, no forzar la situación. Así, sin artificios ni apremios deberían discurrir los nacionalismos vasco y catalán en una crisis profunda. La coyuntura colectiva y las prioridades indican que no el viento no es favorable para forzar la maquinaria. Como diría Pujol, «ahora toca» superar la crisis. Y aquellos territorios que tengan el propósito y la legitimidad democrática para intentar cambiar su relación con España, están llamados antes a contrastar su fe con la situación de la calle. En tiempos de crisis, la incertidumbre mata. Lanzar mensajes contradictorios al mundo puede ser letal. Que el oportunismo no devore el arte de la oportunidad brindado por Maquiavelo. O como decía el clásico: Primero, el pan; después, el resto.