La contemplación de una querella contra Ruiz Mateos suscita la misma estupefacción que si un torero denunciara al toro que acaba de cornearlo, ¿qué esperaba exactamente? Peor todavía, equivale a que un diestro llevara a los tribunales al miura que lo ha cogido por segunda vez, ¿cuándo pensaba aprender? A riesgo de mostrar el mismo respeto por la ley que el saleroso empresario jerezano, me pregunto qué derechos asisten a quienes entran en tráfico mercantil con Rumasa, y por qué habría de protegerlos el Estado con sus medios siempre limitados. En especial cuando la venta de hoteles y empresas al provecto hombre de negocios no fue un acto de fe en la ley, sino en el propio Ruiz Mateos. Un homenaje revestido además de un poderoso ropaje ideológico. Pregunte si no a quienes se resistieron a vender. Olviden por tanto la imagen del torero corneado, porque el ingrediente político de un trato con Ruiz Mateos equivale a que el elector defraudado se querellara contra el partido al que ha votado, por haber perdido las elecciones. Sentí cierto dolor cuando mi amigo fue a nadar entre tiburones y sufrió una mordedura. Cuando volvió a las mismas aguas, no me habría importado que lo hubieran devorado. Reservemos nuestra compasión para las víctimas de catástrofes que no provocaron, o de las que no esperaban extraer un rendimiento.

Solicitado por la juez, Ruiz Mateos renueva su confianza en el margen de la ley, que le permite una capacidad de maniobra hurtada „valga la redundancia„ a los comunes mortales. Aguardábamos con ansia la intervención de la embajada de Ecuador, para que le montara una litera al dicharachero empresario junto a Julian Assange, dos egos de dimensión global cuyos diálogos no conocerían igual desde Cipión y Berganza.

Entretanto, los ciudadanos que permanecen forzosamente en el lado equivocado de la ley „el que obliga a cumplirla„ deberían requerir si pueden acogerse al comportamiento de Ruiz Mateos, que no se burla únicamente de un humilde juzgado de Instrucción.