Era el lugar más peligroso del mundo pero ahora es una ciudad tranquila y apacible. Frederick Kempe nos cuenta en «Berlín 1961» como se levantó el muro. Volvemos a principios de los sesenta, a las relaciones Kennedy- Khrushchev, a una Europa dividida entre el Este y el Oeste, a momentos cruciales de la reciente historia europea. Ahora tenemos la sensación de que en los próximos meses viviremos también momentos decisivos para el futuro de la eurozona, pero las divisiones hoy están entre los países del Norte y los del Sur. Frederick Kempe reconoce que «el euro ha sido el acto de reconciliación más importante tras la caída del muro» pero nos describe también el nudo gordiano de los problemas europeos actuales: «El dilema de Alemania es salvar a Europa o a si misma. La cancillera Angela Merkel se enfrenta a las elecciones el año que viene y si paga demasiado para intentar salvar a Europa, será vencida. Pero, si Europa fracasa, podría ser vencida también».

Las elecciones alemanas en el horizonte parece que nos condicionan tanto o más que el pronunciamiento del Tribunal Constitucional alemán el próximo 12 de septiembre sobre el fondo de rescate permanente (el Mecanismo Europeo de Estabilidad, o MEDE). Mientras Angela Merkel pide «medir las palabras» en la crisis griega, el presidente del Bundesbank, Jens Wiedmann, dice lo que se le antoja y, experto en metáforas, sigue mostrándose contrario a que el BCE compre deuda porque puede crear «adicción» Son amenazas directas al BCE para que no compre deuda italiana o española. Solo se salvará Europa si, dentro de los próximos meses, se pone en marcha un nuevo tratado para la UE que contenga medidas que profundicen en su unión económica y política. Solo cediendo soberanía y generalizando las soberanías compartidas se evidenciará la voluntad política de ir hacia mayores cotas de unidad, pero el escepticismo avanza en la opinión pública europea porque los hechos, más que las palabras, hablan de un aumento de la fragmentación y de un «sálvese quien pueda» generalizado. Una opinión pública que asiste estupefacta a la crisis de liderazgo europea de la misma forma que lo hace ante la pusilanimería internacional para parar la guerra y poner fin a las matanzas sirias.

Mariano Rajoy se reúne hoy con Hollande para abrir vías a la profundización en la integración europea e iniciar un horizonte de esperanza para que los sacrificios no sean en vano, a la vez que intentan acelerar el cumplimiento de los acuerdos tomados en la cumbre del pasado junio. Mañana el Consejo de Ministros aprobará la reforma financiera que permitirá dar más potestades al FROB para actuar, liquidar las entidades inviables y elevar, antes de fin de año, el nivel de solvencia de las entidades financieras del 8% al 9%, el mismo porcentaje que tienen los cinco grandes bancos. Las medidas se completarán con la creación de una sociedad de gestión de activos «del ladrillo», a la que las entidades podrán pasar sus activos tóxicos. Se trata de poner fin a la reforma financiera de una vez por todas porque se siguen manteniendo dudas sobre el compromiso español de reducir el déficit público hasta el 6,3% este año que junto con la difícil situación griega ha propiciado el repunte actual de la prima de riesgo.

Mientras se refuerzan los Estados de Francia y Alemania conviene recordar entre nosotros que el Estado no es una empresa. Sólo desde las leyes y la Constitución del 78 y el Estado de las autonomías se puede mantener un sistema estable que permita abrir una vida de esperanza hacia la creación de empleo. El próximo 20 de octubre se celebrarán las elecciones vascas y gallegas. En Euskadi Patxi López adelanta las elecciones y se abre un escenario de pactos y acuerdos porque el PNV está lejos de la mayoría absoluta. Podemos asistir en el próximo otoño a escenarios de aumento de la estrategia de tensión tanto por la deriva soberanista en Euskadi y Cataluña como por la deriva neo-centralista de algunos que quieren aprovechar la crisis para hacer de las autonomías el chivo expiatorio de todos los males.

Un estado de confrontación propiciado por los soberanistas o por la vuelta al centralismo que radicalizan los discursos de enfrentamiento contraproducentes para la estabilidad política. El riesgo es que la palabra «confrontación» gane peso frente a la palabra «estabilidad». Ya lo decía ese extraño escritor que fue Paul Lèautaud: «Las cosas tristes, dolorosas, son más hermosas para la mente pues ahí encuentran más prolongaciones que las cosas alegres, felices. La palabra tarde es más hermosa que la palabra mañana, la palabra noche que la palabra día, la palabra otoño que la palabra verano, el adiós más que el buenos días».