No logro quitarme de la cabeza la imagen del presidente del Gobierno por la Sexta Avenida, rodeado de un séquito de padre y muy señor mío con Moragas siempre encima, saboreando con deleite el habano mientras le echa un puro a los españoles que sacan a la calle su desconsuelo con el enaltecimiento de la mayoría silenciosa que en esta ocasión se quedó en la retaguardia. Si el tabaco mata, esta foto te deja para el arrastre. Y así está. No hay más que revisar cuando en su intervención ante Naciones Unidas se puso a decir que de lo que hay que hablar es de Gibraltar. La primera vez que lo escuché, pensé: ha vuelto Camps. Fue tanta la travesía juntos, en momentos tan delicados para el fumador y en los que la mano que le echó el entonces molt honorable resultó nada despreciable para seguir en el machito, que, quieras que no, todas esas experiencias tan cercanas marcan. Por supuesto que dejan vestigios. Las vicisitudes traumáticas de la gente a la que se aprecia no se evaporan por arte de birlibirloque. Y ver el gesto del representante del Reino Unido agachando la cabeza y haciendo como que apuntaba algo en la libreta, recordó a las intervenciones públicas del anterior jefe del Consell durante un montón de meses en los que los invitados no sabían hacia dónde mirar ni si reir o llorar.

Pero lo malo es que el del discursito de marras en este tumulutoso septiembre no era Camps. Lo peligroso para nuestra salud es que, quien se atrevió a lanzar esa presunta cortina de humo sobre el foro en cuestión, es el que ha de conducir a la plebe a cruzar el río Bravo para no quedarse clavada en el fondo durante una buena temporada. En sí mismo, el desafío no es moco de pavo. Ahora bien, con el pavo con el que hay que atravesar la corriente, el reto se antoja ya descomunal. Llegados a este punto, sólo queda hacer una petición: al menos, no azuce el fuego, mister, y no pise como una colilla al personal. Por favor.