Entre los muchos síntomas de desvarío que muestra la actualidad política pocos me parecen tan divertidos como el sorprendente silencio de nuestro anticatalanismo en esta hora de llamamientos a la plena soberanía de Cataluña. ¿O soy el único en detectar las posibilidades de semejante juguete (cómico)? En tiempos de catalanismo mucho más cauteloso y posibilista, se amenazaba con el suplicio de Tántalo, la furia de los infiernos y el purgatorio de la exclusión social a quienes abrazaran tan perversa doctrina, que no sólo podían ser insultados y maltratados (de obra) impunemente, sino que en alguna ocasión fueron bombardeados sin arrepentimiento ni penitencia por parte del bombardero. En cambio este mutismo de ahora€ me excita, lo confieso.

Porque nuestros blaveros pueden parecer mera prolongación o caso particular del anticatalanismo español, pero son tan peculiares e insustituibles como cabía esperar de nosotros. En Madrid, van a lo suyo: a rezarle a Santa Rita y a guardar la viña y el perro (del hortelano); a suplicar, gemir, ofenderse y hasta incitar la furia homicida de los militares y, lo que es peor, de algunos civiles que no tienen ninguna preparación profesional, mientras resulta casi imposible hablar en Barcelona y que no te pregunten „aunque seas filatélico o especialista en budismo zen„ por la dichosa independencia. Incluso Jordi Pujol se enfadó porque Javier Solana hablaba de los chinos o las petroleras „poderes terrenales, como el Vaticano„ y no le dedicaba más que una broma (amable) al ser de Cataluña, muy sentido como todos sabemos.

Como el ordenamiento jurídico es una especie de cristalización del tipo de relaciones que las gentes desean mantener, basta con echar un vistazo a las leyes de la Generalitat Valenciana para observar parecidos reveladores, imitaciones más o menos oportunas de iniciativas catalanas previas. Que nadie se sorprenda si el president Fabra proclama el derecho de la Comunitat Valenciana a la soberanía: de hecho, estoy convencido que éste es el silencio que acompaña a la reflexión. Y precede a la carcasa (fallera).