Conforme se agrava la crisis económica nuestros políticos se las ingenian para inventar asuntos más baladíes con los que distraer al personal. El debate del independentismo contribuye a generar otros ahijados, como el debate de la reforma constitucional o el debate del federalismo, todos ellos superados por una realidad más inmisericorde, que el Estado del bienestar se nos viene abajo por una mala gestión que nunca es fiscalizada. Lástima de sueño de Europa que nos situaba en el continente más avanzado del mundo.

En la esfera local nuestras controversias absurdas pasan por el traslado de San José a un lunes para que puedan venir los madrileños (cuando ellos anulan San José como festivo) e idéntico traslado del 9 de octubre para que gocemos de un puente autonómico. Con las fallas es más difícil jugar, porque hay una inercia de miles de personas, aunque conociéndonos, bastaría la imposición gubernativa para que todos obedeciéramos sin rechistar. Valencia es así de genuflexa, pese a las votaciones y escenificaciones realizadas.

Con el 9 de octubre se podrá jugar mejor, porque es una fiesta de por sí descafeinada. La procesión de la Senyera, único ritual histórico de solera, es minada desde dentro por los propios defensores de lo valenciano. Existen agrupaciones de fallas en la propia capital que convocan actos valencianistas a la misma hora en que sale la bandera, con lo que se desluce el acto que habría que reforzar. No digamos nada de los pueblos, la celebración disfruta de una anarquía total que impide la concienciación colectiva.

Para culminarlo se ha suprimido la recepción de la Generalitat, restando sólo una entrega de premios sin premios, que contrasta con lo mucho que se gastó antaño. Sólo queda un desfile de moros y cristianos donde hay más voluntarismo popular que impulso oficial. Como solución a todo esto sólo se nos ocurre una salida: Trasladar directamente el 9 de octubre al 12 de octubre, estando seguros de que el día de España no lo tocará nadie. Esa fiesta sí será intrasladable, y además contará en todo momento con la participación militar, que luce mucho en los desfiles.

Excusas para este cambio son fáciles de hallar. Además, la gran masa valenciana, que se siente tan española, gozaría de una felicidad evidente de poder ofrendar nuevas glorias en una jornada que mataría dos pájaros de un tiro.