Ayer, 25 de noviembre, fue el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Es lamentable que las aulas no conciencien sobre un problema que cobra demasiado protagonismo en nuestros «desmadres nacionales». Así lo grita Rosa Regàs en La desgracia de ser mujer, su última obra. La escritora denunciaba en una entrevista publicada en Levante-EMV que «la mitad de la sociedad española es machista y la otra mitad no reacciona». Yo apostillaría además „Simone de Beavouir mediante„ que «el problema de la mujer siempre ha sido un problema de hombres». ¿Feminista? Y a mucha honra. La filósofa Amelia Valcárcel apunta que el feminismo es un signo de calidad de la democracia. Por eso considero ineludible enfatizar el discurso feminista „en su vertiente más radical„ para reclamar indicadores de igualdad en el ámbito educativo, en donde „parafraseando a la autora de El segundo sexo„ el «problema de la mujer» persiste como resultado de una educación machista y excesivamente masculinizada.

Muchos ignoran que la violencia contra la mujer también se manifiesta cuando quien estigmatiza, en vez del dolor, es el sufrimiento. Éste cala más hondo que aquél. Son demasiadas las mujeres que sufren la desigualdad y demasiados los hombres cobardes que guardan un silencio demasiado sonoro. Por ello, apunto hacia quienes se encargan de educar en la igualdad de género. Descartadas las familias „que siempre estereotipan„, los medios de comunicación „que acentúan la imbecilidad humana„ y los políticos „que ni están ni falta que hace„, sólo queda consuelo en la escuela. Mala cosa, pues la mayoría de docentes siente pavor ante el feminismo. A casi todos se las trae al pairo el tema, algo lógico para quienes no viven más allá de los tabiques de su caverna. ¿Por qué no exigir en los currículos de cada materia cuál es el papel de la mujer en un ámbito determinado? ¿Qué aporta „e importa„ la mujer a la ciencia? ¿A la literatura? ¿Y en la historia? ¿Es posible educar en la igualdad de género sin acusaciones de adoctrinamiento, sin aspavientos ni dramatizaciones?

Silenciar el drama de la mujer en la escuela es otro indicador que invita a replantearse el papel de ésta en la sociedad. Si también ignora la violencia contra la mujer, ¿qué educación vendemos en el mercadillo escolar? Muchos se llevarán las manos a la cabeza ante estas inquietudes, movidos „quién sabe„ por el miedo a lo desconocido, el pavor que brota ante el reconocimiento de las propias limitaciones y los prejuicios que tanto intoxican. Estimular la reflexión, fomentar el diálogo, tomar posiciones, comprometerse y someter a critica los discursos que presumen de neutrales y objetivos es el objetivo prioritario para una educación no sexista. Que a nadie le quepa la menor duda: el escenario de la ­desigualdad forma parte del teatro de las vidas de nuestros adolescentes, modernos en las formas pero no en el fondo.

No hay panacea que valga a la hora de combatir la violencia contra las mujeres. Todo esfuerzo es poco. Pero sí hay hojas de ruta, y la más válida es la educación. La desgracia de la mujer es que su problemática „la desigualdad, los brutales porcentajes de denuncias, amenazas, muertes€„ es inexistente en el ámbito educativo. Los docentes más indecentes y arcaicos despotricarán ante un tema que creen ideológico. Las familias, muchas en la prehistoria, también. Conviene recordarles que es un tema ideológico. Urgen profesores modelo de ejemplaridad para reivindicar nuevas ideas. En el siglo XXI ya no cabe la desgracia de ser mujer.