Nada nuevo elemento exógeno que sobrevuela el Palau abre vías de agua en el PPCV. La posesión de La Caixa sobre el Banco de Valencia, con el visto bueno de Fabra, ha reabierto el abismo entre los dos universos que conviven en el PP. En la cima de uno se posa Barberá. En la cúspide del otro se aposenta Fabra. Aún hay que reservar una loma amplia para Rus, que divisa el valle fumándose un puro. Los canales entre las cumbres son muy intransitables, cada vez más. En general nieva y las borrascas entorpecen la visión. Cuando se produce un episodio insólito que trastoca la realidad y remueve sentimientos encontrados, la polarización hace irrespirable el ambiente. La tormenta de estos días se llama Banco de Valencia y es eléctrica. El banco ha pasado de Madrid a Barcelona como si fuera un vulgar peluche. El Palau ha sido informado muy a última hora. La sensación es que el PPCV ha sido invisible de nuevo. Un olvidado de la historia. Con Gobierno suyo.

Los ilustres del PPCV reniegan de la peripecia, por varias razones. Cambiar la herencia «anti», marcada a fuego por tantos años de efervescencias callejeras, es un trago muy amargo. Tomar distancias tan aprisa, también. El estigma fabricado por el PP sobre los vecinos del norte -¿no habría que recuperar las sublimes sentencias de consellers contra la colonización cultural y económica?- no se puede relegar en unas horas. Una parte importante de la cultura del propio PPCV sobrevive sobre el imaginario volcado por Camps (y Zaplana) de estricta simbología valenciana, con unos límites precisos y con atributos pedagógicos sobre la ciudadanía, que los apoyó con mayorías absolutas concatenadas. Hace unos años, recordó ayer Mireia Mollà, el «acontecimiento» del BdV hubiera desembocado «casi en una guerra civil». Nada comparado, en todo caso, a lo que hubiera sucedido con el PSOE en el gobierno: el fuego eterno.

Lo de menos es que el Banco de Valencia sea un banco desahuciado o que la burguesía valenciana lo reivindique como suyo. Los empresarios se mueven por intereses: esa es la esencia del capitalismo. Y el Banco de Valencia estaba en manos del capital foráneo hasta que el gobierno socialista lo recuperó para Valencia a través de Bancaixa. Si PPCV lo ha adoptado como símbolo y ahora se deshace de el, y si la burguesía valenciana -los Aznar o los Noguera- se han amoldado a la transacción con voces roncas, alguien habrá de contar el inmenso número de cadáveres abandonados por el camino. Y también la procesión de almas del PPCV que han huido de los cuerpos para manifestar su rebelión con el trifásico de la discrepancia: acusación (Fabra apenas se ha enterado de la operación), escarnio (otro signo de que el PPCV no cuenta en las jugadas de sus «compañeros» de Madrid) y mortificación (una entidad heterodoxa -ya se me entiende- con la línea argumental que ha identificado al PPCV con los valencianos).

El resumen es que una orilla del PPCV llama a Madrid para decir que así no se hacen las cosas. Otra se indigna porque le han robado su melodía de reafirmación «nacional». Otra, pasa. Consuélense todos. Zapatero deshacía y aquí no tocaban bola. Es lo que tiene ser una sucursal.