El Marqués de Santillana dejó escrito que el castillo árabe de Jalance era «inexpugnable fortaleza». Allí lo levantaron los muslimes sobre anterior oppidum ibericum. Aparte de muchísima historia, el pueblo tiene de todo, como la Cueva de Don Juan, que superan con creces la del Drach de Mallorca.

Si hubiera alguien con entendederas en la política turística, Jalance podría ser hoy un precioso foco de atracción dados los recursos y alicientes de todo tipo que posee y la hermosa factura paisajística de la población, que se desparrama por el cerro desde lo alto donde se asienta su majestuoso castillo de manera sinuosa y sensual.

Cada 28 de diciembre, Jalance celebra la «fiesta de los locos», la que ya aparece documentada en los libros parroquiales en el siglo XVII, pero que seguro es mucho más anterior, cuando comenzó a celebrarse haciendo colectas en especies o dinero tres días al año (Todos los Santos, Día de los Santos Inocentes y Navidad) con que pagar misas con que «sacar a las almas en pena del purgatorio».

La cuestación del Día de los Inocentes, el Día de los Locos, derivó pronto en una jornada carnavalesca, más profana y pagana que religiosa. La muchachada, pronta siempre para la fiesta, comenzó a disfrazarse y a organizar toda clase de bromas entre el vecindario, convirtiendo la jornada penitencial en su diversión por excelencia.

En amaneciendo el día, por votación popular los quintos, actores principales de la fiesta, eligen Alcalde y yendo en busca del que lo es por ley, le conminan a que les entregue la vara de mando, asumiendo ellos el mando de la población para hacer todo lo que les venga en gana. El alcalde deja de ser alcalde y hasta el cura lo eliminan, todo siempre de broma.

La muchachada va disfrazada y pintada y recorre las calles del pueblo, con charanga musical y bien pertrechados de alcohol, para a propios y extraños someterlos al imperio de la «ley de los locos» ordenando al personal las más disparatadas historias, en cuyo caso negativo imponen una sanción que irá a parar a la colecta. También se pide dinero, a cambio de compartir tragos del arsenal de botellas que portan «los locos».

A mediodía paran el trepidante ritmo callejero para comer, los consabidos gazpachos castellanos. Por la tarde el cortejo de las bromas continúa, a veces con bromas pagadas por encargo, y por la noche se cierra la jornada con el «baile de los locos», en el que continúa todo tipo de bromas y excentricidades siempre ordenadas por quienes tomaron el poder en este señalado día.

En resumen, un maratón de 24 horas donde resisten heroicamente los mozos y mozas del lugar sin sucumbir ante el cansancio y el botellón, sin perder en ningún momento el gran sentido del humor de todo el vecindario, algo que llevan marcado a fuego en su genética.