Para quienes esperaban que el fin de año mejorase las cosas, la entrada en 2013 no ha podido ser más decepcionante; no solo se ratifica la política de recortes y privatizaciones del Gobierno, sino que suben los precios de los productos fundamentales para las familias trabajadoras.

Al mismo tiempo que se repasan las figuras públicas que nos abandonaron en 2012, se publican balances y datos curiosos para llenar los espacios que dejan libres las largas vacaciones parlamentarias. Han llamado mucho la atención las noticias sobre el enorme despacho y los centenares de asesores de Ana Botella, la mansión y los envidiables ingresos de Dolores Cospedal o la lista de los hombres más ricos del mundo, donde es celebrado que un español está ya en el tercer puesto; ¡como si eso nos ayudase a pagar la hipoteca!

Si la opinión pública es lo que se escucha en la calle, habremos de convenir que el cabreo general va subiendo de tono. Muchas personas sencillas, de las que encontramos en el autobús y el mercado, ya no siguen echando lo culpa de todo a los inmigrantes y empiezan a maldecir a las clases dirigentes que tan mal llevan el timón de la política y la economía. Lógicamente son los del PP quienes se llevan la mayor parte de las críticas. Y resulta normal porque es dicho partido el que está gobernando, pero también porque se empecinan en aplicar unas políticas de recortes a los que menos tienen y por ser en sus filas donde se están dando más casos de corrupción y despilfarro. Mosquea que políticos y empresarios pidan sacrificios y no se apliquen la misma receta, siguiendo con su escandaloso tren de vida; por no hablar ya del saqueo y hundimiento del sector público.

Tampoco la desorientada oposición sale bien parada en la valoración ciudadana. Una de las razones es que sus programas suelen ser vagas promesas de gestionar mejor las mismas recetas neoliberales que impone el mercado, aunque en el fondo no se plantean ningún cambio sustancial en las reglas del juego que nos han llevado a este desastre. La estrategia de la otra izquierda no puede ser más anodina: esperan los votos que huyen del PSOE y se erigen en portavoces de la indignación social representada por el 15M, para reconducir esa explosión de malestar y rechazo a las instituciones hacia la desprestigiada pugna electoral.

Los sindicatos mayoritarios se limitan a suplicar el consenso roto con gobierno y patronal y a convocar movilizaciones cuando ven que la gente puede desbordarlos. Han olvidado las reivindicaciones clásicas de reducción de jornada laboral o adelanto de la jubilación, para seguir firmando expedientes con despidos y mantener su pacto para retrasar la edad de jubilación y ampliar el período de cálculo.

Frente a esa modorra de la izquierda clásica, no es extraño que la juventud ensaye otras formas de participación y lucha, bastante más cerca de la autogestión libertaria que de otros modelos fracasados.