Qué escena, la de los cuatro viajeros (el príncipe Felipe, Rajoy, Mas, Ana Pastor) obligados durante el trayecto entre Barcelona y Figueres a mirarse evitando los ojos, a compartir mesa sin tratar nada en ella, a simular ante los fotógrafos una distancia, una frontera virtual. Nada que ver, claro (no nos pongamos dramáticos), con la entrevista Franco-Hitler en el coche salón del Führer, en Hendaya, ni con el vagón estacionado en el bosque de Compiègne, donde se rubricó primero la claudicación de Alemania (1918) y luego la de Francia (1940), pero la foto, justo al día siguiente de haber partido el tren que llevará a Cataluña a la secesión (o a ninguna parte), documenta un silencio total, un aire gélido, una tierra de nadie, como si todos se sintieran obligados a hacer una aportación solemne a la iconografía del momento. El rey, un superviviente, se hubiera despachado con un chiste.