Las estériles políticas de ajuste, que estrangulan el crecimiento y se ceban sobre los más vulnerables, también tienen su orilla cómica en este pedazo de geografía. Casi todo el catálogo de símbolos del esplendor del PP a su paso por esta tierra se ha puesto a la venta. De hecho, es Valencia la que está en venta, a poco que apuremos el vaso. Uno tras otro, los pilares envanecidos, que también eran los de la ficción, fieles representaciones de una economía volcada en la atracción del foráneo, se desmoronan como se desmoronó Roma ante los caudillos bárbaros: la luz da paso a las tinieblas. En estas últimas habitamos. Ayer se anunció un comprador para el aeropuerto de Castelló, está en venta La Ciudad de la Luz, se ha vendido Terra Mítica, se privatizará la Ciudad de las Ciencias, se busca desesperadamente inversor para el Valencia CF para sortear la quiebra, la Copa del América pasó a mejor vida y la Fórmula 1 está más allá que aquí. Bajo el cartel de «se vende» también emerge parte del patrimonio inmueble de la Generalitat, que consta de edificios conspicuos, pero no hay suerte: nadie lo quiere. Ni siquiera lo ansía Amancio Ortega, del que se narra un desembarco a la caza de edificios valencianos sin señalar ni cómo, ni qué, ni dónde, ni un indiferente hecho constatable: exóticos relatos inseminados de leyenda. Mitificaciones, en todo caso, como las que deslumbraron al PP en las épocas luminosas y de las que ahora hay que desprenderse para cuadrar el déficit, según determina Montoro por orden de Merkel, y Merkel, por orden de los mercados.

Stiglitz define la política económica de Montoro como de «economía vudú» y, sin rendirse a mayores imaginerías malévolas, sostiene que está condenada al fracaso. Krugman señala que los recortes del gasto sólo sirven para infligir «dolor inútil» a los ciudadanos. Por si fuera poco, el FMI siembra dudas sobre las políticas de austeridad y Bruselas apunta a una elasticidad del déficit autonómico. La Gran Causa del Consell, sin embargo, es alcanzar una cifra -el 1,5% en 2012- para mantenerse en el reino de los inocentes y que Rajoy no lo expulse al «guetto» oscuro y salvaje de las periferias traumáticas, donde los lobos se comen a los hombres. Normal que Valencia esté en venta. Y que, puestos a hacer caja y a recibir bendiciones por prolongar la estancia en el universo de los aplicados, haya que desprenderse del patrimonio simbólico forjado por el PP durante más de tres lustros. No queda nada. El IVAM y el Palau de la Música, sí, pero esos gigantes crecieron con los socialistas; la mayoría de los que votan a Compromís ni habían nacido. Lo otro... Lo otro es materia de humillante transacción: el Parnaso del PP, atravesado por los años del dinero fácil y del crédito confortable, constituye un juguete roto en venta. Muy fugaz y trágica su vida. Hubo que trasladar al mundo que existíamos en esta «terreta» y entonces surgió en Valencia un inmenso plató, del que apenas queda Plácido Domingo -que actúa el sábado- y Eclestone en sus visitas bienales. Más las ganancias turísticas, que las hay. Si ahora Carlos Fabra logra vender el aeropuerto por más dinero de lo que costó, eso no es un negocio; es un acto de brujería.