Cuando el semáforo junto a la oficina de Extranjería de Alicante me detuvo, varios policías se encontraban poniendo orden en la acera. Bajo la ventanilla y puedo escuchar que cumplen su tarea con consideración. Después de que las redes sociales se vieran bombardeadas ante la visión del vídeo sobre el trato desplegado días atrás, no hace falta ser un hacha para deducir que a los uniformados les habían dado un toque. Imagino que a esas horas ya habría llegado a los despachos correspondientes el interés de los telediarios en emitir las imágenes y que al poncio en cuestión le entraría el yuyu pensando que no llega a los carnavales. Por eso que no sufra porque, tanto él como sus antecesores, es lo que tienen montado a diario en el acceso a las dependencias: un carnaval. De ahí que los que precisen de ellas no puedan ser más que afectados. Procurarán que no se reproduzcan los infames malos modos, pero en lo que se han mostrado incapaces es en finiquitar de una vez las denigrantes colas. Parece que quieren volver a intentarlo.

Para que no falte de nada, a media mañana comparece el ministro de Justicia sobre otro caso que se las trae. A preguntas de Ximo Puig, Gallardón justifica el indulto al kamikaze por la herencia recibida. Sí, esgrime que el Ejecutivo de Zapatero hizo lo propio no con uno, sino con dos. Creo que la familia del chaval muerto en Alzira debe quedar más que satisfecha con el argumento. También justifica el perdón en la «epilepsia acreditada» de quien iba al volante en dirección contraria por la AP7. No tengo claro si lo esgrime para trasladar que por eso no puede seguir en la cárcel o que lo que no debe es conducir. Y abunda, cómo no, en su desconocimiento acerca de que el despacho de abogados que defiende al indultado sea el mismo al que pertenece su hijo. Por supuesto que sí. Tan desconocidos como resultan los inmigrantes para la autoridad pertinente. Como que todos somos hijos de Dios. Sólo que algunos de un dios menor.