Una magnífica crónica de Caty Arévalo para EFE Verde se preguntaba hace unos días si el bacalao era uno de los beneficiados por las profundas transformaciones que está provocando el cambio climático en el Mar de Barents, entre Noruega y Rusia. La Comisión de Pesca Ruso-Noruega y diversos organismos científicos han confirmado que la campaña de 2012 ha sido la mejor en capturas, con un millón de toneladas, desde que se tienen registros. La comisión, cuyo trabajo se presume ejemplar, lleva trabajando sesenta años en la zona y fue la responsable de fijar unas cuotas de emergencia cuando las capturas de bacalao tocaron fondo en 1996.

Dicen los científicos que la temperatura en las aguas en las que se mueve el bacalao ha aumentado casi 3,5 grados en 30 años. Esta diferencia incrementa la superficie libre de hielo y multiplica la luz que llega a las aguas del mar de Barents. Hay más fitoplancton y más capelán, el capellán de las viejas tiendas de Ultramarinos, que resulta ser el alimento favorito del bacalao. Hay otras voces que atribuyen el aumento de las capturas a la adopción de estrictas cuotas anuales de pesca que han permitido la recuperación de la especie. Posiblemente sea una mezcla de ambas.

Los científicos advierten de que si unas zonas ganan productividad„las situadas más al norte, cerca de Rusia„otras pierden al sur, en Noruega, donde el agua está ya demasiado caliente para los exquisitos gustos del bacalao. La moraleja, simplista como todas, sería la de que no hay ganadores con el cambio climático, pese a que coyunturalmente así lo parezca en el caso del bacalao y a que la Tierra siempre tiende al equilibrio.

A los amantes del bacalao nos queda el consuelo de saber que seguirá llegando al mercado, al menos en los próximos años. Por cierto, si van por Noruega, no lo pidan en el restaurante. No saben cocinarlo. Al menos como aquí.

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