A nadie se le oculta el fracaso de las actuaciones del Gobierno para lograr que el crédito vuelva a fluir hacia las pequeñas empresas y las familias y de nada han servido el exceso de generosidad en las actuaciones gubernamentales ni la vista gorda frente a la responsabilidad de los gestores bancarios, como tampoco se han notado los efectos del abultado crédito solicitado a Europa y por el que estamos pagando los españoles con un aumento de la fiscalidad, que se corresponde además con el deterioro de los servicios públicos, mientras que se siguen tolerando tipos reducidos de tributación para las rentas del dinero y muchas sociedades.

Las universidades y los emprendedores en general nos estamos esforzando por buscar nuevas ideas en la sociedad del conocimiento que poder transformar en innovación, que devuelva la competitividad a nuestras empresas, pero una y otra vez tropezamos con la falta de apoyo del sector financiero, más preocupado por sus balances y por la abultada nómina de sus directivos y paniaguados que por su finalidad de apoyo económico en el corto y medio plazo. Ante estas dificultades lo último es tirar la toalla y lo que cabe es un esfuerzo adicional para sumar a las ideas y al trabajo el soporte económico que puede surgir de los propios ahorros, porque si nosotros mismos no confiamos en el valor de nuestras ideas, ¿cómo vamos a involucrar a los demás? En una palabra estoy sugiriendo que los emprendedores además de desarrollar ideas originales arriesguen sus propios ahorros en su financiación.

Algunos podrán pensar que posiblemente sea excesivo el esfuerzo que se requiere, pero ahí está el ejemplo del movimiento cooperativista que surgió en Mondragón y que vincula el capital al trabajo. Si fuésemos capaces de unir a nuestra fuerza de trabajo e imaginación un esfuerzo económico solidario, no dudo que seríamos capaces de sortear las dificultades que el sector financiero plantea a las pequeñas empresas y, en definitiva, haríamos que nuestros sueños fueran reales y pudieran llevarse a buen término.