Los círculos de poder, ayer y hoy, entretenían sus momentos de ocio en exclusivas cacerías. Entre venado y venado, se cerraban negocios, repartían prebendas y hasta se pactaban matrimonios de conveniencia. Entonces, y ahora. Franco disfrutaba escopeta en mano y el rey, también. Lástima que el inoportuno accidente del elefante acabara convirtiendo al cazador en cazado. Un tonto resbalón en África y el monarca ya no levanta cabeza. España, tampoco. Corinna, que iba a sacarnos de pobres, perdió de un plumazo la confidencialidad que requería su papel de «conseguidora». Desde aquello, confiesa que su vida «es un infierno». También debe serlo la del pobre don Juan Carlos, al que ni el reposo del postoperatorio se le concede. Lo imagino en camisón hospitalario, aguantando las tediosas visitas de unos y otros, mientras trasciende que la princesa hasta tenía apodo. Los servicios de seguridad del CNI la bautizaron, hace años, como Ingrid. Nombre de reminiscencias germánicas que viene a significar suavidad. La imaginación de los espías es prodigiosa.