Desde que su meteórica trayectoria empresarial se consolidó incluso en el escenario económico más adverso, Juan Roig se ha convertido en algo más que en el oráculo de los dioses. Es la referencia, el modelo, la clave de bóveda que sostiene la arquitectura de la patronal valenciana y, por su ascendente, también de gran parte de la ingeniería política autóctona. Cada vez que habla, se impone el silencio para oírle sin interferencias; cada vez que sugiere, los gobernantes toman prestadas sus propuestas, y cada vez que ordena, muchos interlocutores reciben sus disposiciones firmes y en primer tiempo de saludo.

Ayer, al presentar la cuenta de resultados de 2012, el auditorio volvió a afinar el oído para escuchar al dueño de Mercadona. No defraudó. Pregonó que la corrupción lastra la vida económica y la productividad, reclamó más reformas en la Administración que eviten nuevas subidas de impuestos y se revolvió contra la doctrina de los brotes verdes que expande el Gobierno al pronosticar que este año volverá a ser «muy duro» para los españoles. También envió un recadito al minifundismo que lastra el inmenso potencial de la agricultura valenciana: «Los labradores deben producir como en el siglo XXI y no con campos pequeñitos uno al lado del otro».

Más impactante fue conocer el balance de su empresa: ganó 508 millones de euros con una facturación récord de 19.077 millones pese al desplome del consumo. Y este año bajará precios para amoldarlos a la caída de rentas. Impresionan tanto sus palabras como sus números.